[su_label type=»info»]Editorial[/su_label]

Si los últimos cuatro años nos han enseñado algo, es que el racismo en los EEUU está vivo. El racismo estructural sobre el que se fundó este país, que ha dependido durante tanto tiempo del status quo que finge oculta su existencia, ahora está más que nunca expuesto y cuestionado por una nueva generación de estadounidenses (se están produciendo cambios demográficos radicales: la Oficina del Censo de los EEUU proyecta que para el año 2050, la mayoría de la población no será blanca). Estos cambios están impulsando una transformación cultural masiva, una especie de crisis de identidad estadounidense.

Ilustración: Korina Moreno

En respuesta a esta ‘crisis’, ha surgido un esfuerzo concertado del statu quo cultural para marginar y atemorizar a ciertas comunidades como no “verdaderos estadounidenses”. La demonización de los latinos ha sido particularmente notoria. En los últimos cuatro años hemos sido un tanto insensibles, pero el hecho es que un presidente en ejercicio ha caracterizado a los refugiados de México y América Central como criminales, “violadores y asesinos”. La reacción a la rápida diversificación de los EEUU está basada en el miedo total, como la misma presidencia de Trump. Ni el, ni el Tea Party ni la derecha alternativa pueden detener los cambios demográficos en curso. Pero pueden y están tratando activamente de ocultarlos.

El mejor ejemplo de esto es el complot de la administración Trump para agregar una pregunta al censo sobre el estado de ciudadanía de los participantes. Fue un movimiento específicamente diseñado para desalentar la participación de los residentes latinos, al elevar el espectro de ICE y la posible detención o deportación. Este intento desnudo de intimidar a los residentes latinos fue afortunadamente frustrado por los tribunales, más Trump y aquellos que defienden un EEUU más blanco continuarán tratando de intimidar y privar de derechos a las comunidades marginadas, y a los latinos en particular, porque temen nuestros fuerza colectiva y resiliencia.

El censo siempre es importante porque decide cómo se asignarán los recursos del gobierno, qué distritos estarán representados por quién y cuánto financiamiento recibirán. En la ola del Tea Party de 2010 (el año del último censo), los republicanos obtuvieron el control del Congreso, y también de muchos gobiernos estatales al redistribuir distritos de una manera que favoreció a su partido, un proceso conocido como ‘gerrymandering’, que les ha ayudado a retener su poder a nivel estatal incluso en años como 2018, donde recibieron menos votos.

El censo de 2020 probablemente será el más consecuente que hayamos tenido. Su resultado tendrá repercusiones de gran alcance que resonarán durante una generación y otras a futuro. El presidente Trump y otros que creen que EEUU debería permanecer únicamente bajo el control de los europeos estadounidenses, se dan cuenta que las matemáticas no están a su favor, por lo que están tratando desesperadamente de apilar el mazo de cualquier manera que puedan. Por esta razón, es absolutamente vital que no permitamos que el temor a represalias nos impida participar en el censo. Eso es exactamente lo que quieren. Hermanos y hermanas, participen en el censo de 2020, no teman. El futuro de nuestro país depende de ello.