[su_label type=»info»]COLUMNA: EL ABOGADO DEL DIABLO[/su_label]

The Teatro Campesino performance of “Popol Vuh.” Photo David McSpadden

Carlos Barón

Cada vez que me alejo del área de la bahía de San Francisco, además de echar de menos a mi familia y a otras personas queridas, lo que más extraño es la espectacular variedad multicultural de esta zona, especialmente cuando se aprecia a través de sus manifestaciones artísticas.

Entre el 19 y 21 de mayo, tuve la suerte de poder escuchar y presenciar tres magníficas funciones, dos de ellas, parte del San Francisco International Arts Festival (SFIAF), bajo la infatigable batuta de su director ejecutivo, Andrew Wood.

De estas presentaciones del SFIAF, la primera fue un concierto del asombroso grupo musical colombiano Cimarrón, que inauguró el festival.

Creo que nunca he escuchado mejor cuatrista o a mejor intérprete de la bandola andina colombiana, una especie de guitarra pulseada, que tiene doce cuerdas. Los dedos de ambos jóvenes intérpretes, de 24 o 25 años de edad, parecían volar sobre sus instrumentos, creando melodías que bien eran clásicos (‘Caballo viejo’, ‘Gavilán’), o briosas composiciones mezcla de jazz y folklore.

Además de las cuerdas, los percusionistas hacían malabarismos musicales con tambores, cajones y maracas y, sumado a todo ello, la gran voz de Ana Veydó, representante del canto recio de los llanos colombianos. Detrás de los jóvenes, el director del grupo, el arpista Carlos Rojas, parecía el tío de todos, con una constante sonrisa en su cara. “Claro, además de ser director soy el más veterano del grupo”, me dijo, después de la función. “Imagínese: al cuatrista lo escuché por primera vez cuando él tenía cuatro añitos. Ahora, siendo tan jóvenes, todos ellos también son veteranos, ¡casi veinte años interpretando a un alto nivel!” Orgulloso, continuó: “La idea es no envejecer. Yo toqué con el padre del cuatrista, ahora toco con su hijo… ¡y espero llegar a tocar con su nieto!”

La segunda función del SFIAF, presentada el sábado 21 en el Cowell Theater del Fort Mason, fue ‘Fandango-Pandango’, una verdadera joya musical, resultado de una colaboración entre varios músicos, bailarines y artistas visuales de diversas raíces, entre ellas filipinas, españolas, cubanas y mexicanas. Los colaboradores principales fueron el español Chus Alonso y el filipino Florante Aguilar. Alonso y Aguilar se unieron para iluminar las formas en que, históricamente, la música y baile de esos cuatro países se han contagiado.

Esa noche, las jotas y fandangos pandangos eran de todos y el baile flamenco bailado a lo filipino era también muy español… y el zapateo cubano se reflejaba nítido en el flamenco guajiro de la bailarina filipina.

Puesta en escena del Popol Vuh a cargo del Teatro Campesino. Foto David McSpadden

El tercer evento fue la producción teatral Popol Vuh / Heart of Heaven a cargo del Teatro Campesino de San Juan Bautista. El sábado 21 de mayo, a las dos de la tarde, la escuelita César Chávez en el barrio de la Misión, se vistió de gala con ese Popol Vuh. Basada en el Mito de la Creación del pueblo Maya Quiché, la puesta en escena del Teatro Campesino, dirigida por Kinán Valdez, fue un regalo para la vista y oído. Presentada en el patio principal de la escuela, debajo de un colorido mural presidido por la sonriente figura de César Chávez, espectaculares títeres gigantes de papel maché, acompañados de otros títeres de diversos tamaños, llenaron la escena con graciosas y bellas coreografías, con un elenco multitudinario y multigeneracional, que incluía a niños, jóvenes… y no tan jóvenes.

La obra fue narrada y musicalizada en varias lenguas: español, inglés y quiché. Seguramente cumpliendo con lo que el programa decía respecto a la visión original del Teatro Campesino: “presentación que aborda la experiencia chicana en América en un contexto significativo para todos los americanos”.

Cuando estaba entre los espectadores de los tres eventos, una conocida sensación volvió a invadirme, una especie de rara tristeza, por no tener alrededor mío más personas que —de seguro— estarían encantadas de estar ahí: amigos y amigas, estudiantes, familiares, gente de la comunidad en general.

Gran parte de mi vida se ha desarrollado alrededor del teatro y estoy feliz de que así haya sido.

¿Tal vez es por eso, por haber gozado tanto encima del escenario o frente a él, como espectador, es que creo que es algo que gustaría a todo el mundo? Además, por creer, como dice Concha Saucedo, del Instituto Familiar de la Raza, que “La Cultura cura”. En estos días, necesitamos mucha buena curación.

Carlos Baron, profesor de teatro y artes, recientemente jubilado, cuya trayectoria docente en la Universidad Estatal de San Francisco se remonta a 38 años.