[su_label type=»info»]El Abogado del Diablo[/su_label]

El colaborador Carlos Barón con sus nietos en 2016. Cortesía: Carlos Baron
Carlos Barón

Recuerdo estar acostado en la cama, un niño de nueve años, despierto y pensando: “¿Dónde viviré cuando crezca? ¿Quién va a ser mi compañera?”

Desde que tenía cinco años de edad, he sido un ávido lector y a los nueve años de edad el mundo de mi imaginación se había ampliado lo suficiente como para transportarme más allá de las limitadas realidades de esos años, cuando los negros no se veían en un número significativo en Chile, mi país de origen.

Hoy en día (¡por fin!) más afrodescendientes están llegando a Chile, debido a un gran número de personas que emigran desde Cuba, Venezuela, Colombia, Haití y otros países.

Esa noche, como un niño pequeño, no pude responder mi propia pregunta. Debido a mis lecturas, sabía que el mundo estaba poblado por muchas razas, que hablaban muchos idiomas y tenían muchos colores, además de la mayoría de los blancos y morenos que vivían en Chile. Cuando finalmente me dormí, ¡estaba emocionado por mis coloridos encuentros futuros!

A los 20 años, dejé Chile y aterricé justo en medio de los años 60 en Berkeley. Allí, comencé a conocer e interactuar con personas de diversos orígenes culturales y raciales. Fue emocionante. Había crecido con la idea de que los EEUU eran el enemigo del resto del continente americano y que los ‘gringos’ eran personas blancas con cortes de pelo estilo militar que portaban maletines. De hecho, esa era la mayoría de las personas que había visto en los alrededores de Santiago en ese momento. Dentro de esos maletines llevaban malas tramas. ¡Esos ‘gringos’ no eran buenos!

Aclararé que mi propia madre me llegó a llamar ‘gringuito’. Aprendí que el término también se puede usar con amor.

Fue emocionante descubrir la gran variedad de personas que vivían en los EEUU. Había diferentes tipos de gringos: blancos, negros y todos los demás colores. Pronto descubrí que sentía una fuerte conexión con los atletas negros del equipo de atletismo de UC Berkeley, donde fui un velocista. Me encantó la forma en que hablaban, sus grandes voces, su canto en los autobuses durante el trayecto a las competencias. Puesto que era chileno (recién desembarcado), mi inglés estaba ‘en pañales.’

Sin embargo, sentí que podía hablar como esos atletas negros y los imité… hasta que me dijeron lo contrario. Lou Kirtman, un gran saltador de vallas negro, se me acercó y me dijo: “Carlos: ¡no puedes hablar así!”. “¿Qué quieres decir?”, le contesté. “Claro que puedo. ¡Escucha!”. Luego procedí a imitar la forma en que hablaba.

[su_pullquote align=»right»]“No hay ninguna razón para que intentes convertirte en un blanco y no hay ninguna base para la suposición impertinente de que ellos deben aceptarte. Lo realmente terrible, viejo amigo, es que tu debes aceptarlos. Y lo digo muy en serio. Debes aceptarlos y aceptarlos con amor. Porque estas personas inocentes no tienen otra esperanza. En efecto, todavía están atrapados en una historia que no comprenden y hasta que no la entiendan, no pueden ser liberados de ella”. —James Baldwin, My Dungeon Shook: A Letter to My Nephew[/su_pullquote]

No sabía que estaba entrando en un territorio prohibido. Él respondió: “Ok, ok! Sí, haces un buen trabajo! ¡Pero no puedes hacerlo!” Y él colocó su brazo junto al mío. “¿Ves? ¡Tú no eres negro!”

Las intrincadas reglas raciales en este país eran nuevas para mí, pero aprendí rápido. Decidí quedarme callado, observar, escuchar, respetar.

Años después, como padre de cuatro hijos adultos y cuatro nietos (tres de ellos prácticamente negros), mis experiencias en este país se han vuelto importantes y significativas.

Durante más de 30 años di una clase en teatro multicultural y disfruté enormemente, tratando de descubrir nuevas formas de conectar creativamente a través de barreras culturales y raciales, creando guiones a los que todos podríamos pertenecer, con mutuo  amor y respeto.

Eso es algo que claramente no está sucediendo en la sociedad norteamericana en este momento. El amor mutuo y el respeto no son las reglas de hoy. Hoy en día, viviendo en el polémico ambiente aceptado e impuesto por la administración actual, desde el Presidente en en adelante, se ha permitido que el racismo abierto eleve su fea cabeza con total impunidad.

A medida que mis nietos crecen (el mayor tiene 11 años y también hay una niña de 8 años) me preocupa esa nube tóxica de racismo de la cual, casi no se han dado cuenta. Pero la palabra «nigger» y todo lo negativo que se asocia con ella les espera, a la vuelta de la esquina.

¿Cómo lidiamos con la enfermedad mental del racismo?

Los pueblos indígenas de América del Sur dicen que “no amas lo que no conoces.” Así lo creo.

Necesitamos aprender a empatizar con ‘el otro’. Debemos mirar la historia de este país y aceptar que se construyó como si las personas que tomaron el control aquí fueran superiores a las demás.

Eso necesita cambiar, porque no es cierto y mantiene al país dividido. Eso permite que unos pocos controlen el resto, política, cultural y económicamente.

Para que este país cambie, las personas que viven aquí deben aceptar sus propias deficiencias, su propio racismo y desenmascarar las mentiras de la historia oficial. La educación es la clave. Nuestra principal arma es el desarrollo de la conciencia.

Hasta que comience el proceso de curación, todos los/las padres/madres (y abuelos/abuelas), pero especialmente aquellos con hijos y nietos ‘de color’ se preocuparán por la nube tóxica del racismo.

Hasta que las mentiras y las hipocresías se detengan, es posible que tengamos que seguir diciendo: Queridos niños, ¡cuidado! ¡Racismo a la vista!