Después de pasar cinco meses fuera del área de la bahía de San Francisco, estamos de regreso en ‘el país de las nubes’, Daly City. Azucena y yo vivimos en la frontera entre San Francisco y Daly City. Ese lado de la calle es ‘La Ciudad’, SF. Este lado es ‘La Otra ciudad’. Nuestra siempre nublada DC.

Estábamos en México visitando familiares cuando la pandemia se dejó caer. Decidimos tentar nuestra suerte en el Puerto de Veracruz, en el siempre soleado y cálido Golfo de México. Al salir de aquel país, los protocolos del COVID-19 establecidos parecían muy adecuados. La gente a cargo de los aeropuertos lucía eficiente y relajada. Se nos hizo más fácil la aventura de pisar los diversos aeropuertos que necesitábamos visitar, antes de llegar a San Francisco. Habíamos pasado más de cuatro meses en estricta cuarentena.

Una vez de vuelta en lo que llamamos hogar, nos vimos inmersos en los eventos que más preocupan y alarman a la población de los EEUU. Por un rato, el evento principal fue el furioso ataque del coronavirus.

Sin embargo, este quedó repentinamente desplazado por otros eternos eventos, que cuelgan como pesados bultos del cuello de este país: las injustas relaciones raciales, la explotación de ‘los sin nada’ por ‘los con todo’, el constante abuso policial, entre otros males.

Una obvia y vieja lucha de clases, que muchos rehúsan llamar de esa manera. Prefieren nombres como “choques de idea”, o “una competencia natural por el poder, dentro del sistema democrático”. Puros eufemismos, según mi modesta opinión.

Hace pocos años, durante el primer período presidencial de Barak Obama, muchos dijeron que esta sociedad era una sociedad post-racial. “¡Se acabó!”, declararon. “Esto prueba que no somos una sociedad racista. ¡Elegimos a un negro! ¡Somos post-racistas!”.

Este es un país que prefiere no llamar a las cosas por sus nombres y naturalezas verdaderos, perpetuando así viejos mitos acerca de sí misma: “Nuestro país es el mejor del mundo, somos el país del Sueño Americano (excepto que hay que estar dormidos para verlo), somos la cuna de la verdadera democracia”. Mitos que bloquean el camino hacia una sanación necesaria en este país.

Recientes eventos, como el asesinato de George Floyd a manos de la policía, o la forma burda en que el actual presidente minimiza o defiende a los supremacistas blancos y trata de subvertir las siguientes elecciones presidenciales y —tal vez lo mas significativo— las masivas protestas que ocurren por todo el país, han enterrado el mentiroso concepto de una sociedad sin racismo. 

“¿Por qué no podemos llevarnos bien?”, en 1992, esas palabras fueron dichas por Rodney King, un negro norteamericano cuya fama derivó de una feroz golpiza recibida a manos de la policía. Hoy en día, esas palabras aun suenan a verdad. ¿Por qué, por qué, por qué? Como dice la canción de Bob Dylan y Tom Petty, ‘La respuesta la trae el viento’. Tal vez sea cierto.

Hace un par de semanas, Azucena y yo, nos estábamos relajando en nuestra casa, escuchando unas lindas bossa-novas brasileñas. Era un caluroso día de verano. A través de las ventanas abiertas, volando en la tibia brisa veraniega, nuestros vecinos filipinos hablaban en tagalog mientras gozaban de una carne asada, y de fondo escuchaban música negra tipo Mowtown y reían. Un par de casas más allá, desde otro patio trasero, una familia mexicana cantaba música ranchera. Era una maravillosa banda musical para la cambiante realidad étnica de este país. Me hacía feliz oír esos contrastes de sonido traídos por el viento.

Como un contraste para esa anécdota, un poco antes de nuestro regreso de México, mi hijo y un amigo tuvieron una mala experiencia. El mismo sitio, pero distintas situaciones. Se encontraban trabajabando en nuestro patio trasero limpiando la maleza y plantando vegetales, mientras escuchaban a volumen alto temas de Eddie Palmieri, el famoso pianista puertorriqueño. Eran las 2 de la tarde. De pronto, otra vecina, una mujer europea-americana blanca, salió de su casa y se acercó a la verja que separa nuestras casas. Y entonces gritó: “¿Por qué están tocando esa música bárbara y a tanto volumen? ¡Es una falta de respeto! ¡Bájenle!”.

Es importante que sepan que tanto mi hijo como su amigo son músicos. Buenos músicos. Así, ellos informaron a esa vecina que la rumba no es algo ‘barbárico’ y que ellos seguirían tocando su música. La mujer, con la cola entre sus piernas, volvió a su casa, furiosa.

Así, semanas después, cuando escuchaba esa maravillosa mezcla de música y diversas lenguas que me llegaban con la brisa veraniega, pensé en esa mujer. Si ella estaba en su casa, no habría visto ni oído la belleza que los demás gozamos ese día. Ella sufría de ignorancia. Se sentía atacada. Tenía miedo. Tal vez se creía muy sola. 

La ignorancia produce temor. El temor, violencia.

Necesitamos que todos y todas se unan en los cambios que ojalá ya vengan. Incluyendo a esa mujer. Ella ha sido maltratada. Se le ha alimentado con mentiras y verdades a medias. La historia oficial de los EEUU es el volumen original de las ‘fake news’, las noticias falsas.

La respuesta puede estar volando en el viento. El truco es saber reconocer y apreciar esa realidad.