Una serie de elogios y críticas ha rodeado a la obra musical Hamilton desde su debut en Broadway en 2015, y ahora en su estreno en Disney Plus. La franquicia de mil millones de dólares, dirigida y protagonizada por el neoyorquino Lin Manuel Miranda, emplea hip-hop y un elenco diverso para contar la historia de los padres fundadores desde la perspectiva de Alexander Hamilton. 

Los elogios recibidos, desde un enfoque crítico, se convierten en puntos en los que se pueden identificar los tropiezos de un espectáculo que, finalmente, sirve para presentar una versión saneada de la historia, favoreciendo el capitalismo y el colonialismo. Los elogios asignados al propio Lin Manuel Miranda se niegan a desafiar su estatus de celebridad y ganancias en un contexto de tradición liberadora de artistas en la diáspora.

Como lo señalaron el periodista Ed Morales y la historiadora Annette Gordon-Reed, la imagen de Hamilton como inmigrante que hace el trabajo y es considerado abolicionista, está alejada de la verdad documentada. En un artículo de opinión para CNN, Morales recuerda a los televidentes que Hamilton asistió a escuelas de élite pagadas por empresas comerciales y colocó los derechos de propiedad sobre los negros, firmando la nueva Constitución que afirmaba que ellos era tres quintos de una persona.

Reed se enfoca en estos aspectos declarando en una entrevista con la Gaceta de Harvard que “[Hamilton] no era un abolicionista; él compró y vendió esclavos para sus suegros y la esclavitud opuesta nunca estuvo a la vanguardia de su agenda”. Reed continúa diciendo que Hamilton: “no era un campeón para el oprimido, como lo muestra el espectáculo. Era elitista. Estaba a favor de tener un presidente vitalicio”.

Al reconocer esta historia, los espectadores deben reconciliarse con la idea de consumir la obra como fantasía mientras esta funciona como propaganda cultural, atrayendo ganancias masivas, explotando el deseo de las personas de color a tener representación y fuerza política.

En Disrupt the Chaos, un panel semanal organizado por la reconocida comentarista política, educadora y periodista afro-puertorriqueña, Rosa Clemente profundizó en estos conceptos. Clemente comienza diciendo con franqueza, “tienes que preguntarte por qué estás apoyando arduamente a una persona, ¿por qué estás apoyando arduamente una obra que ganó más de un millón de dólares?”

Luego analiza cómo Hamilton apacigua el deseo de representación de las personas de color, especialmente las personas negras y afrolatinas. “Creo que parte de esto es que casi nunca vemos a los puertorriqueños ser visibles y considerarse aceptados. Barack Obama amaba la obra y Oprah amaba la obra… pero ¿de qué se trataba? ¿Quién era Hamilton? Por supuesto, puede ser ficticia, pero si lo es, no la traigan a la política”.

Sin el conocimiento del público en general, en 2016 Lin Manuel Miranda ejerció su estatus de celebridad, así como el poder cultural de Hamilton, para abogar por la aprobación de PROMESA, a pesar de las advertencias de boricuas y neoyorquinos que advirtieron sobre futuras consecuencias.

Ilustración: Rosa Colón Guerra, artista de comic e ilustradora, vive en San Juan, Puerto Rico. Su obra ha sido publicada en The Nib, The Believer, The Lily, y por el Eisner Winner Puerto Rico Strong de Lion Forge. Twitter/Instagram: @sodapopcomics

La aprobación bipartidista de PROMESA introdujo una legislación colonial ahora responsable en parte de la disminución de los servicios sociales, el cierre masivo de escuelas, la obtención de ganancias con la privatización y el éxodo consecuente de puertorriqueños, que no pueden prosperar en su hogar.

A las tensiones se suma su padre, Luis A. Miranda, Jr., un poderoso consultor político de Nueva York que es conocido por su capitalismo de desastre y que a menudo ha empleado la ayuda de su hijo para los negocios. Disney pagó $75 millones por los derechos de Hamilton, lo que se suma a los $105 mil de Lin Manuel Miranda en regalías semanales del musical.

La yuxtaposición entre las acciones dañinas de los Miranda junto con su intoxicante orgullo puertorriqueño revela una desconexión frecuente entre los puertorriqueños en la diáspora cuya proximidad a la blancura, les permite cosechar beneficios solo para ellos.

El resumen de esta dicotomía es abordado por Vanessa Pérez Rosario, en su libro Convertirse en Julia de Burgos: “El estado actual de celebridad de algunos latinos/as enmascara el racismo, la privación de derechos económicos y políticos de la mayoría de los miembros de la comunidad. Sin embargo, los escritores y artistas han recordado, reinventado y usando como ejemplo a Burgos en sus esfuerzos por la inclusión, el reconocimiento y la igualdad de derechos”.

Se requiere un llamado a la rendición de cuentas que puede centrarse en esta larga tradición de arte liberador en la diáspora, que convoca los recuerdos de los que vinieron antes y reinventa el futuro. Se encuentran ejemplos en Julia de Burgos, poeta y activista afro-puertorriqueña de los años treinta cuyo trabajo profético exploró el feminismo interseccional, la solidaridad transnacional, el imperialismo y el colonialismo; en la juventud negra de principios de los setenta en el Bronx, que creó el Hip-Hop como expresión y resistencia; el poeta dominicano Sherezada (Chiqui) Vicoso y la artista visual mexicana Andrea Arroyo, cuyas obras llaman la atención sobre la gentrificación de los barrios latinos y exploran aún más los temas de justicia social.

La lista de nombres y obras continúa sirviendo para confrontar a Lin Manuel Miranda a medida que avanza para decidir si va a inspirar o estafar la tradición de liberación de las artes. Hasta que tome su decisión, la responsabilidad recae en el espectador para evaluar el contenido que consume. En el actual cálculo racial, la verdad del pasado y el presente de una nación debe ser contada, como lo dice el autor y periodista Roberto Lovato: “Si podemos liberar nuestra imaginación política de cosas como Hamilton, comenzaremos a construir aún más movimientos imaginativos, movimientos liberadores”.

#AbajoHamilton. Firma la petición hoy.