Segunda parte: Esenciales, enfermos y marginados: seis trabajadores esenciales latinos contagiados con COVID-19 cuentan sus historias

Las medidas de prevención han fallado desproporcionadamente a la comunidad latina de San Francisco durante los primeros meses de la crisis COVID-19. Para ser más específicos, los protocolos de prueba le fallaron. En la primera parte de este informe especial, se cubrió un cronograma del brote y la respuesta de las autoridades en San Francisco que muestra cómo los esfuerzos de contención del virus fallaron a los latinxs de manera desproporcionada. También se discutió el papel de los trabajadores latinos, tanto documentados como indocumentados, como trabajadores esenciales en la ciudad para documentar su sobreexposición al virus, así como su vulnerabilidad económica y social ante la pandemia. Según datos de la Ciudad publicados el 9 de junio, las personas latinas actualmente representan casi la mitad de todos los casos acumulados confirmados de COVID-19 en la ciudad (49.1%), aunque solo representan 15 por ciento de la población de la Ciudad. En una semana, desde que se publicó la primera parte de este reportaje, este porcentaje aumentó 2 puntos. Los casos de COVID-19 han aumentado entre la comunidad de latina, incluso a medida que el número de casos confirmados desacelera y la tasa de pruebas aumenta.

En la primera parte de este reportaje especial, se cubrió un cronograma del brote y la respuesta de San Francisco para explicar por qué los esfuerzos de contención aún así dejaron a las personas latinas expuestas al COVID-19. También se discutió el papel de los trabajadores latinos, tanto documentados como indocumentados, así como de los trabajadores esenciales en la ciudad.

En esta segunda entrega, escuchamos directamente a seis trabajadores esenciales latinos que contrajeron el COVID-19 en San Francisco, mientras trabajaban durante la fase inicial del confinamiento, sobre su experiencia buscando y accediendo a ayuda durante su enfermedad. Sus palabras y experiencia como sobrevivientes del virus inspiraron este reportaje, y nos llevaron a buscar respuestas.

Pruebas denegadas: Jeremías Yerbes Sánchez, 47 años, conductor de grúa

Jeremías Yerbes, recuperado y de regreso a su trabajo como conductor de grúas, en el callejón Lilac del distrito Misión, el 4 de junio de 2020. Foto: Adriana Camarena

Jeremías Yerbes Sánchez, es un hombre maya de Akil, Yucatán. Llegó a San Francisco en 2003, y actualmente trabaja como conductor de grúas en el Área de la Bahía. «Trabajo como subcontratista de una empresa de grúas». Jeremías brinda servicios a la Ciudad, a las compañías de seguros de automóviles y cualquier persona que necesite remolcar su vehículo. «No hace mucho tiempo, compré mi propio equipo, cuatro grúas, para comenzar mi propia empresa», dice con orgullo.

“Continuamos trabajando después de que se dio la orden de confinamiento porque somos parte de los servicios esenciales. Recuerdo que me quejé ante la AAA porque continuaron enviándonos a recoger clientes y viajar con ellos en la cabina cuando no habían tomado ninguna precaución para protegernos. Después de una discusión que tuve con esa compañía, comenzaron a hacer preguntas de detección a los clientes sobre los síntomas, pero incluso entonces, hubo clientes que subían tosiendo”.

A mediados de marzo, él estaba en una gasolinería, cuando saludo a otro colega gruero, un amigo nicaragüense. “Cometí el error, debido al hábito que uno tiene, de reclinarme sobre su ventana para hablar con él cara a cara. Días después, descubrí por medio de otro amigo gruero en otra gasolinería que mi amigo había sido hospitalizado por el virus. En ese mismo momento, fui a guardar la troca y dejé de trabajar. Ya sentía malestar y pensé que no tenía sentido infectar a otras personas. Dejé de trabajar el 29 de marzo porque había estado expuesto”.

“Esa noche sentí una molestia en el pecho, desde el hombro hasta el brazo, sentí como si alguien me abrazara fuerte y no podía respirar. Desde el hombro hasta el cuello, sentí como si mi sangre estuviera obstruida o coagulando en mis venas, era un dolor que corría por las venas. Pensé que era como si un animal se me hubiese metido. Me sentí ahorcado y me quedaba poco a poco sin aliento. Más tarde sentí molestias en las piernas, en los pulmones, un dolor que me molestó mucho, que a veces hacía correr la nariz seguido de tos, iba y venía. Especialmente cuando el clima cambiaba de calor a frío, sentí ese malestar”.

Al ver sus síntomas y sabiendo que su amigo había salido positivo del COVID-19, Jeremías asumió que él también portaba el virus: «Pensé para mí mismo, debería hacerme una prueba para proteger a las personas con las que vivo…» Jeremías vive en un departamento cerca de la Avenida Potrero y la calle 25 con tres personas más: su pareja y el hijo de ella (a quien ama como suyo), y un compañero de habitación independiente. Pero en San Francisco la prueba no se estaba llevando a cabo en ningún lugar conocido por Jeremías.

El 30 de marzo, vio una publicación en Facebook sobre un lugar de prueba que daba servicio desde el auto en Hayward. Se subió a su grúa con su uniforme, «… para que vieran que yo era un trabajador esencial. Llegué y fui a ver por dónde entraban los autos, y un paramédico me llamó a una mesa”. Jeremías le contó acerca de su tos intermitente y su fiebre la noche anterior, pero el médico, considerando sus síntomas, dijo: “Lo siento mucho, pero no puedo hacer la prueba porque están limitadas por el momento. Lo siento mucho».

«Me enojé un poco», recuerda Jeremías, «¿Cómo es posible que digan que las personas esenciales pueden someterse a pruebas y que estoy sintiendo estos males en mi cuerpo que no había sentido antes y que no puedo hacerme la prueba?»

El médico simplemente respondió: “Lamento mucho que no podamos hacer la prueba. El hecho de que pueda hacerte una prueba no hará una diferencia si eres positivo o negativo, porque no hay cura, por lo que no hay diferencia. Te recomiendo que vayas a casa y te pongas en cuarentena. Si tiene más síntomas, vaya al médico».

Durante la madrugada del 3 de abril, Jeremías se despertó bañado en sudor. “Estaba delirando por la fiebre y me empapé como si me hubiera arrojado a una piscina. En el sueño, sentí que me sacaban insectos de mi cuerpo. Me estaban sucediendo cosas extrañas. Ese día me desperté y sentí una costra en los labios, la toqué y vi que mi mano se ponía roja. Sentí una pequeña bola en mi lengua y la toqué y miré mi mano y vi que era una bola de sangre. Me puse de pie como una bala y miré en el espejo mi boca llena de sangre. Me lavé la boca. Sentí las costillas como si me hubieran golpeado hasta la muerte. En mi mente esa noche, algo me había dicho «tienes el coronavirus». Me obligó a intentar hacerme la prueba nuevamente. También estaba con mi familia, no estaba aislado».

El 3 de abril, Jeremías condujo hacia Fremont, donde una vez más en Facebook había visto que se había abierto un nuevo sitio de pruebas que no requería la orden de un médico. “Allí llegué con los ojos vidriosos. Cuando me atendieron, tenía fiebre, estaba bañado en sudor. Desde la troca, me hicieron la prueba de nariz y garganta. Al día siguiente, el 4 de abril, me llamaron para darme mis resultados, pero llamaron para preguntar por otro hombre. No soy esa persona. Luego, el 6 de abril me dejaron un mensaje para decirme que las pruebas fueron negativas». Jeremías siente que los resultados de sus pruebas fueron confundidas con otras, ya que llamaron inmediatamente al día siguiente pero preguntaban por la persona equivocada. «Me sentí muy confundido».

Y solo podía imaginar cuán similarmente confundido se sentía un hombre asintomático en algún lugar del Área de la Bahía cuando le dijeron que tenía el virus

En las siguientes semanas, Jeremías continuó sintiéndose enfermo con una tos más aguda. «Le dije a mi compañera, ‘esto realmente me está poniendo a prueba’. Como somos cristianos, ella me decía: “Estás sano. Confía en Dios».

Jeremías recurrió a la fe y los remedios caseros. “Hice mucha nebulización. Un baño de vapor de eucalipto, gordolobo, cebolla morada y hierbas que mi hermana me envió desde México. Eso me ayudó mucho». Tomaba té de limón con bicarbonato de sodio y comía dos o tres naranjas al día por la vitamina C. Pero fueron los baños de vapor los que más le ayudaron. «El primer día que lo hice, sentí que algo me había reventado en la nariz, un punto de inflexión». Su esposa también sintió algunas de las molestias de la enfermedad, pero estos simples remedios caseros la ayudaron. Su hijo de 13 años se negó a tomarlos.

A fines de abril, Jeremías se enteró de las pruebas de Unidos en Salud. El domingo 26 de abril, llegó débil y temblando al sitio de la calle Harrison cerca de su casa. Le hicieron dos pruebas: una para Covid-19 activo y la otra para anticuerpos para determinar si ya había tenido el virus. “Hicieron la prueba de la nariz pero tuvieron problemas para extraer sangre para la prueba de anticuerpos. Seguían diciéndome, ‘tu mano está muy fría'». Fue, por supuesto, la suerte de Jeremías que lo llamaron al día siguiente diciendo que había un error en su prueba de hisopo, rogando que regresara el 28, el último día de prueba. Regresó para rehacer la prueba del frote de nariz y garganta, y luego esperó. Ansiosamente, llamó a la clínica varias veces para ver si los resultados estaban en los siguientes días. Ya no confiaba en el proceso. Finalmente, días después, recibió sus resultados: negativos. Pero también es posible que en ese momento de su recuperación, ya no estaba diseminando el virus.

Con lo peor de la enfermedad en el espejo retrovisor, Jeremías medita sobre su experiencia. “Esto puede ser fatal o no. Tuve ataques epilépticos cuando era niño y escuché que a las personas con condiciones preexistentes les iba peor. Estuve en pánico todo el tiempo, pensando que tal vez me iría rápido. Realmente no quería morir. He estado aquí durante 16 años y no he tenido la oportunidad de volver para ver a mi madre y a mi familia. Seguí pidiéndole a Dios que me diera licencia para vivir. Le pedí a Dios por esa oportunidad… Quería seguir viviendo, pero firmé los títulos de las grúas a favor de mi esposa por si acaso. Trabajo para fortalecer mi mente, pero hay personas con mentes débiles y puedo ver cómo esto podría matarte”.

Agradece a los voluntarios y médicos que realizan las pruebas. “Si el estado tiene dinero, debería destinarse especialmente a aquellas personas que se exponen a prestar servicios. Los médicos merecen el mayor reconocimiento por dedicarse a salvarnos y también están muriendo».

Jeremías Yerbes, recuperado y de regreso a su trabajo como conductor de grúas, en el callejón Lilac del distrito Misión, el 4 de junio de 2020. Foto: Adriana Camarena

Después de su enfermedad, Jeremías está financieramente en rojo. “Después de un mes y medio sin trabajar, todos mis ahorros se han agotado. Tenemos comida, porque mi hermano y otras personas nos han dado despensas… Los biles (cobros) están llegando, y no he pagado la renta porque el dueño del edificio es un pastor. Los biles son biles y tendrán que pagarse en el futuro. Como soy dueño de mis grúas y trabajo las 24 horas, me recuperaré antes que otros. Ahora mismo voy a ver a un amigo que me prestará $5 mil para pagar el seguro de las grúas para que pueda comenzar a conducir… Pagué a mi conductor hasta el 15 de abril, pero después de eso él también tuvo que aplicar a los programas del gobierno».

Jeremías le agradece a Dios que ahora tenga un estatus legal bajo una visa U, y después de solicitarlo varias veces, recibió su cheque de estímulo y un cheque de mil, para pequeñas empresas. Con su dinero de estímulo, Jeremías completó el registro de su empresa Norcal Supreme Towing. “Si alguien necesita mover su carro debido a su enfermedad, avíseme para que pueda protegerme, pero puedo ayudarlo para que no pierda su carro. O una persona que perdió a un pariente, yo también los ayudo. Dios siempre provee si alguien lo necesita. Dios me dio la licencia para volver a ver a mi madre, Dios tiene la última palabra cuando nos vamos y cuando nos quedamos”

“Fui indocumentado por muchos años, y sé que si no trabajas, no comes. Son trabajadores esenciales sin ninguna protección ¿y cómo van a poder evitar infectarse? Me dolió mucho saber [a través del estudio Unidos en Salud] que el 95% de los latinos estamos afectados y fue entonces cuando entendí lo importante que era contar mi historia”.

Al cierre de este reportaje, Jeremías todavía estaba esperando los resultados de su prueba de antígeno, esperando no tener más errores en los resultados. La autora que también participó en el estudio Unidos en Salud en el censo de la Misión ya había recibido el resultado de su prueba de antígeno dos semanas antes.

En suspenso el periodo de espera de la prueba: Esperanza Novelo, 34 años, trabajadora de restaurante

Esperanza Novelo y su hijo de dos años.

Esperanza Novelo es una mujer maya de 34 años de Yucatán. Llegó a San Francisco hace 13 años en febrero de 2007. Su hija nació en junio de 2008, y poco después, Esperanza comenzó a trabajar como preparadora y cocinera en restaurantes de comida americana tipo pizzas y hamburguesas. Hoy vive con su esposo, su hija de 12 años, su hijo de dos años y su hermano mayor en un departamento cerca de la calle Bryant y la calle 25.

Esperanza estaba al tanto del Coronavirus, observando diariamente, como el resto de nosotros, su evolución a través de los noticieros, pero por lo que había escuchado, el virus no se había extendido a San Francisco a principios de marzo. “Ya sabía de todo eso, cuando a principios de marzo tuve una tos muy fuerte y tres días de fiebre. No podía respirar, me dolía el pecho al respirar. No podía hablar. Perdí la voz. Todos tuvimos fiebre en casa, todos los síntomas… El 13 de marzo, mi jefe me envió a hacerme la prueba por primera vez en el Hospital General, pero no me la dieron porque me dijeron: ‘Tiene síntomas de gripe normal’. Solo le estaban haciendo la prueba a quienes estaban muy enfermos o aquellos que habían viajado a China. Tal vez tenías que estar muriendo para poder hacerte la prueba en ese momento…” Apenas podía hablar por el dolor en su garganta, pero fue enviada a casa con un jarabe para la tos.

Su jefe, sabiamente, le pidió que se quedara en casa por dos semanas. Luego comenzó el encierro oficial, y Esperanza estuvo sin trabajo hasta el 23 de abril, cuando la llamaron nuevamente. «Ya no tenía ningún síntoma».

De vuelta en el trabajo, Esperanza estaba hablando con sus colegas de trabajo, quienes le dijeron que un ex trabajador del restaurante, amigo de ellos, había dado positivo al virus. «Me asustó porque una semana antes había hablado con ese joven».

El 27 de abril, Esperanza regresó al hospital para hacerse la prueba. “Debido al hecho de que tuve contacto con él, aceptaron hacerme la prueba. Luego me llamaron para decirme que la prueba fue negativa. Al día siguiente, el 28, mi hermano fue a hacerse la prueba y el 29 le dijeron que había dado positivo. Le pidieron toda nuestra información y nos pidieron que volviéramos a hacer la prueba. Mi esposo hizo el examen el 29 y también dio positivo. Se aislaron en una habitación. Hice una cita para los dos niños. El 1 de mayo fui con mis hijos, y el 3 de mayo mi hija mayor dio positivo y el niño negativo. Dos negativos y dos positivos en mi casa. A los hombres se les ofreció una habitación de hotel, pero no podíamos aislar a la niña sola, así que nos quedamos juntos.

El esposo, el hermano y la hija de Esperanza dieron positivo para COVID-19, y tuvieron que estar en cuarentena, separados de Esperanza y su hijo que dieron negativo. Foto: Esperanza Novelo

“El Departamento de Salud nos apoyó con cosas para limpiar la casa, cómo cuidarnos unos a otros, cubrebocas para usar en casa, siempre lavándonos las manos, para que los negativos no salieran positivos. ¡Demasiada higiene en el hogar! Más tarde, el Departamento de Salud comenzó a dejarnos comida cada dos días que podíamos calentar en el microondas, y eso nos ayudó. La comida que nos daban es buena: carne, arroz… Pero en ese período no salimos en absoluto. Nos llamaban cada tercer día. El 15 de mayo fue el último de su aislamiento, porque ninguno de ellos presentó ningún síntoma. La doctora dice que ahora estamos libres. Han estado sanos».

Esperanza y yo hablamos sobre el impacto psicológico de estar en cuarentena sabiendo que su familia tiene el COVID-19. “Cuando descubrimos que uno de nosotros era positivo, sentimos una gran desesperación. Vimos en la televisión que esto podría ser muy grave, que podría matar a muchas personas… No sabíamos qué hacer. No lo sabíamos. Teníamos mucho miedo a la discriminación, pero para mí no hay ningún problema en hablar de esto ahora para dar más información a las personas que están experimentando o pueden experimentar esta enfermedad. Fue muy diferente de lo que otros piensan. Puedes obtener ayuda. Extraño la ciudad, la vida normal que uno puede llevar, los lugares a los que uno sale para desestresarse, el trabajo, las escuelas abiertas. Puede ser deprimente solo estar en casa y en casa”. Esperanza rechazó los pensamientos negativos lo mejor que pudo. «Ha habido momentos en los que he sentido mucha depresión, por estar en casa, por no tener trabajo, pero hemos contado con el apoyo de amigos y familiares, y nos animaron con buenas palabras».

Esperanza también es perseguida por el enigma de su prueba negativa. “Todavía me pregunto porque fui yo quien tuvo todos los síntomas en marzo pero resulté negativa. Sospechamos que cuando tuvimos esa fuerte fiebre y tos, bueno, me viene a la mente que quizás… estoy confundida. El problema es que ahora no puedes toser sin pensar que tienes el virus. Investigué más y le pregunté al médico por qué dieron positivo, y yo y el niño negativos. Los médicos dicen que hay algunas personas que tienen un sistema inmunológico fuerte, otros son inmunes de forma natural, otros son asintomáticos como mi esposo. Es muy extraño. Esa es la información que me dieron».

Tampoco puedo evitar pensar que Esperanza haya perdido la oportunidad de someterse a la prueba desde principios de marzo. Es posible que su esposo, hermano e hija simplemente siguieran diseminando el virus hasta finales de abril, razón por la cual dieron positivo pero fueron asintomáticos durante la cuarentena. Es un misterio. A menos que Esperanza tenga acceso a una prueba de anticuerpos, nunca lo sabrá.

A fines de marzo, después de que terminó su cuarentena, su patrón le pidió que volviera a hacerse la prueba del COVID-19 como requisito para regresar al trabajo, pero el Departamento de Salud Pública les explicó a ambos que no era necesario ya que ella había dado negativo y no mostró síntomas. La semana pasada, Esperanza finalmente volvió a trabajar, lo cual fue un alivio. Desde el 30 de abril no había tenido trabajo, y su esposo también ha estado sin trabajo desde que se dio la orden de refugio porque su restaurante cerró por completo. Su hermano perdió sus ingresos cuando tuvo que ponerse en cuarentena.

«Estamos muy preocupados por el alquiler porque tuvimos que usar todos nuestros ahorros para pagar este mes y también otras facturas». Esperanza tendrá que solicitar cupones de alimentos. “No tener ingresos es muy difícil. Hemos pagado la renta de tres meses con nuestros ahorros. Eso no cubre gas, teléfono u otros gastos. Hemos perdido casi $4 mil en ahorros en el tiempo que no hemos trabajado. Si la Ciudad pudiera ayudar con algo específico, sería para la renta. Una vez que volvamos a trabajar, tendremos que comenzar de nuevo, pero al mismo tiempo, nos preocuparemos menos por el dinero. No calificamos para el dinero de estímulo que el gobierno está dando. Somos migrantes”.

Esperanza Novelo. Foto: Adriana Camarena

“Otra cosa”, dice Esperanza, “antes de todo esto, habíamos declarado nuestros impuestos y esperábamos recibir $3 mil de vuelta. Contábamos con ese dinero, pero no sé si el gobierno ha pagado los pagos del estímulo con los retornos de impuestos, porque no hemos recibido nada».

Esperanza envió solicitud a todo fondo de ayuda del cual se enteraba. Recientemente, la familia vio una gota de ingresos: $500 de la Respuesta Rápida al Coronavirus del Mission Asset Fund y $1,000 de Undocufund SF. Esperanza también trató de contactar a Caridades Católicas para acceder al fondo de ayuda estatal para inmigrantes de California, pero se rindió después de intentar incesantemente comunicarse por teléfono.

Le pregunté a Esperanza qué le diría a las personas que están preocupadas por hacerse la prueba por temor a obtener un resultado positivo. “Diría que el daño psicológico de no saber es más grave, porque la mayoría de nosotros no seremos tocados por los casos más graves. Y tenga mucho cuidado porque hay muchas personas que no mantienen la higiene necesaria. La enfermedad existe y no todos tendremos la bendición de un caso leve. Manténgase informado. Que no haya discriminación entre nosotros. No deje de lado a nadie que esté enfermo. Apóyelos, sea quien sea”.

“Para aquellos que saben que están infectados, no sean irresponsables, digan la verdad, para salvar a otros. La gente puede ser demasiado egoísta. El virus puede prevenirse si se queda en casa. No tengas miedo de hablar sobre la enfermedad. Muchas personas se han callado debido a la información errónea que existe, por lo que existe discriminación. Eso no debe ser».

Al ingresar de vuelta al mundo laboral, Esperanza reflexiona sobre el virus: “Tengo un amigo que dice que esta enfermedad es racista porque no agarra a todos. Solo los que tienen que salir a trabajar. Siento que la enfermedad está en la esquina acechando a su presa. Los que tuvimos que trabajar fuimos los que más nos expusimos. Sería mejor guardarse en casa, ya que no sabemos quién y quién no tiene el virus, quién se verá gravemente afectado y quién no…»

Esperanza ha escuchado que el virus está mutando y no se sabe si uno puede enfermarse nuevamente: «Necesitamos mantenernos informados y practicar medidas de salud para mantenernos seguros». En su ciudad natal, los mayas tienen tanto miedo al virus que casi quieren quemar a quienes sospechan de tenerlo. «Le explico las cosas a mi madre, para que no esté mal informada».

Salvado por el amor y la Unidad de Cuidados Intensivos del COVID-19: Lucio Ku, 35 años, trabajador de cocina

El quinto día de luchar contra la enfermedad en la UCI, Lucio toma una foto de su brazo.

Lucio Ku se crió en Saczquil, en el municipio de José María Morelos, en Quintana Roo, cerca de la frontera con Yucatán. Es un hombre maya, de 35 años, que llegó a San Francisco hace once años, el 12 de agosto. Él vive en Tenderloin.

 “Como todos, comencé a trabajar como lavaplatos. También fui a clases de inglés por dos años. Aprender el idioma me permitió aprender más en la cocina: ensaladero, pizzero, sandwichero, mesero, asistente de chef, chef… Cuando todo esto me cayó, estaba trabajando como cocinero andando en BART de San Francisco a Concord. Trabajo para una empresa que llena puestos. Envían mensajes sobre posiciones y luego cubrimos ese turno. He tomado muchos turnos en San Francisco, Berkeley, Concord y en Napa durante la temporada alta cuando la gente se casa. Aquí y allá, nos envían para cubrir los eventos. Pero en ese momento era un turno en Concord. Cuando alguien no aparece, estamos allí para cubrirlo, y de alguna manera u otra queda uno expuesto… » Siente que contrajo el virus en su viajes al trabajo.

Lucio Ku se toma una foto mientras se recupera en el Hospital St. Francis.

Lucio recuerda bien su último trabajo, un turno de cuatro días que terminó el 24 de marzo. “Al regresar de Concord en BART ese último día, sentí un rasquero en la garganta. Mi cumpleaños es el 25 y mis compañeros de cuarto me hicieron una comida en casa esa noche. Al día siguiente, me desperté con dolores musculares. Tuve problemas para caminar, y mi garganta me molestó mucho… Desde antes de mi cumpleaños sentí ese rasquero en la garganta, pero no le di importancia. Tomé un té y se desapareció, pero al día siguiente de mi cumpleaños, ni siquiera podía caminar, toda la fuerza me había abandonado…»

El 26 estaba en casa pensando que tenía una gripe sencilla. Al siguiente día tuve problemas estomacales, dolores de cabeza, tos, pero aún no tenía dificultad para respirar… El 29 empecé a tener dificultades para respirar. No sospeché del virus. Pero alrededor de las 2 de la tarde de ese día, decidí ir al hospital para ver qué me estaba pasando. Tenía una temperatura de 103 grados y me ingresaron de inmediato. Me dieron sueros y bajaron mi temperatura. Me dieron de alta a las 9 de la noche, pero debido a mi temperatura, me enviaron a un hotel en ambulancia para ponerme en cuarentena. Recientemente recibí una factura de $4,148.00 por esa visita al hospital y la ambulancia”. 

Le pregunto a Lucio cuánto gana. “$18 dólares por hora, pero a veces trabajo toda la semana, y otras no. En febrero no tenía trabajo. En marzo, tuve esos cuatro días de trabajo. Cuando esto sucedió, solo tenía $1,000 en ahorros «.

«El 29 que me dieron de alta del hospital y enviaron al hotel, me hicieron la prueba y al día siguiente me llamaron para decirme que había salido positivo, ‘Tienes el Covid’. Me hicieron muchas preguntas psicológicas ‘¿Alguna vez trataste de quitarte la vida?’ quizás porque hay personas que se desesperan, creo que fue para protegerme. ‘No, nunca lo he hecho’, respondí».

Esa noche en el hotel la fiebre de Lucio empeoró. “Y el 31, me sentí aún peor. Tosía demasiado, tenía fiebre y mi flema era sangre… Tuve que llamarlos esa tarde para hacerles preguntas al respecto. Me preguntaron: ‘¿Qué porcentaje es sangre?’. ‘Es sangre pura’, respondí. La enfermera llamó al médico y me devolvió la llamada: ‘Prepárate. Llegan en 15 minutos por ti para llevarte de vuelta al hospital’».

“Estaba en mal estado, ya no podía respirar. Cuenta 1, 2, 3, eso es todo lo que podía respirar. Cada tres segundos mi respiración se cortaba. Sentí desesperación. Cuando llegué al hospital me pusieron oxígeno y me sacaron sangre. Tomaron pruebas. Me dijeron que me estaban llevando a cuidados intensivos y que necesitaba que alguien tomara decisiones por mí.

“Había dos tipos de drogas que estaban probando. Era casi como si estuvieran esperando ver quién decía que sí, pero estos medicamentos tienen efectos secundarios en los riñones y el hígado. Dije que no. ¿De qué servía curarse si me enfermaba de otra cosa? Les di el número de mi hermano, hablamos, dije que no otra vez.

Los médicos me explicaron que tenía cinco días para salir de la unidad de cuidados intensivos. Si mis pulmones no se sostenían para entonces, me entubarían. Sé que duele, y que así como puede ayudarte, puede matarte. Gracias a Dios lo logré. Mis pulmones comenzaron a funcionar, resistieron. Cinco días después, respiraba mejor. Todos los días que estaba en la UCI, entraban para inyectarme en el estómago agentes que ayudaban a evitar los coágulos. Noche y día me mantuvieron con oxígeno, controlando el latido de mi corazón, estaba lleno de cables».

Poco después, Lucio fue trasladado fuera de la UCI y a cuidados agudos durante otros cinco días, y desde allí enviado a recuperarse en el Hospital St. Francis en la calle Hyde. “Estuve allí por 10 días… Recuperando, recuperando… Me hicieron hacer ejercicios con mis pulmones, doce veces cada hora, para ver cuánto podían respirar mis pulmones, con esto mis pulmones podrían mejorar. Allí me hicieron la prueba nuevamente y todavía salió positiva».

Luego, los médicos insistieron en hacerle una prueba de tuberculosis a Lucio por la sangre que seguía tosiendo. Insistió en que eso era imposible. “Me aferré que no tenía tuberculosis, que no la tenía. Me administraron dos inyecciones, esperando que mi piel se hinchara, pero estaba seguro que no la tenía. Me lo volvieron a hacer, y finalmente el médico me dijo que la prueba resultó negativa”. También finalmente dio negativo para Covid-19. “‘En dos o tres días lo daremos de alta. Te enviaremos a casa o al hotel donde cuidan de las personas‘, me dijo el médico».

Lucio también habló sobre el impacto psicológico de la enfermedad. “Cuando estaba en el hospital, todo lo que quería era salir. Es enloquecedor. Es muy feo si uno no está mentalmente preparado. Piensas muchas cosas. Muchas personas, por temor a no poder lograrlo, se rinden. Ya sabes, si le dices al cuerpo que no lo va a lograr, tus defensas bajan y eso es cuando caes. La fiebre me hizo alucinar que ya estaba muerto. Soñé que ya me habían llevado a México en una caja. Estaba en mi propio funeral. Vi a mi madre, mis hermanos, llorando por mí. Me enloquecía, no sabía lo que estaba pensando. Lo único que sabía es que tenía que vivir».

Lucio tenía a alguien por quién vivir. “Tengo una niña de once años que tengo que conocer. Tengo que vivir para ir a verla. Ella vive con su madre en México. Cuando me dijeron que estaba enfermo, hablé con su mamá para decirle que no sabía si iba a salir de esto. Ella dijo: ‘Tienes que salir adelante. Tu hija siempre pregunta por ti’. Antes, solía enviarle mensajes de voz en WhatsApp, pero luego cuando estaba enfermo y no podía, la niña siguió enviándome mensajes, incluso cuando no podía devolverlos. Uy, era muy lindo escuchar esa voz, no te puedes imaginar cuánto. Creo que esa niña me salvó, aun cuando no me conoce en persona, me llama «papito», me dice «mi papito», está muy apegada a mí. Eso fue lo que me dio más fuerza, no podía dejarlas así”.

Madre e hija viven en Campeche con sus abuelos. “Cuando vine aquí, su madre tenía cuatro meses de embarazo. La necesidad hace que uno se mueva. Deseaba tener una casa, cosas que no se pueden lograr allá, aunque uno trabaje como un loco. Incluso tengo planes de regresar allá ya. He estado aquí por algún tiempo, y después de lo que me pasó, creo que esperaré un poco más, trabajaré, ahorraré un poco y luego iré allí. Quiero trabajar un poco más y luego irme».

Después de que Lucio dejó el hospital, decidió terminar su recuperación en la casa de su hermano en Pittsburgh. Sus compañeros de cuarto en Tenderloin habían resultado negativos al virus, pero sus pulmones todavía estaban débiles por la enfermedad y el riesgo de contraerlo o cualquier otra enfermedad era grande. El médico lo alentó diciéndole que si volvía a contraer el virus no sería tan malo como esta vez. “Él me dijo: ‘No te dimos ninguna medicina. El virus agotaba tus niveles de glucosa y sodio y lo único que hicimos fue complementarlos. Tu cuerpo luchó solo con el virus y ganó. Solo tendrías una tos o gripe simple». A veces, Lucio se siente hasta agradecido de haber tenido el virus y haberlo sobrepasado. Lucio toma su vitamina C y omega 3 para fortalecer sus pulmones.

Lucio está muy agradecido con el equipo médico del hospital, pero tiene un pequeño punto de curiosidad. “Cuando me llevaron a la UCI, tenía mis pantalones, zapatos, billetera, todo. Cuando me trasladaron, dejaron mis cosas ahí y luego las perdí, aun cuando al día siguiente las pedí. Perdí mi tarjeta de identificación consular, alrededor de $50 en mi billetera y mis zapatos. Quizás tiraron mis cosas pensando que no iba a salir de cuidados intensivos».

Lucio Ku, cocinero desempleado, recuperado tras haber sido hospitalizado al contraer el COVID-19. Foto: Adriana Camarena

Ahora está lo suficientemente fuerte como para volver a trabajar. «Trabajo, puedo trabajar, pero no hay trabajo, no hay a dónde ir a jalar». Pienso en el trabajo de Lucio, que depende de la reunión de personas para una comida o una fiesta.

Hace unas semanas, Lucio pasó por su departamento para recoger algunos papeles. “Miré a mi alrededor y vi mucha gente, muchos paisanos, que no se protegen. Hay muchas personas que no prestan atención y sería bueno que leyeran este periódico y escucharan mi historia. Pasé por esto para decirles que se cuiden. No se siente bien enfermarse y menos de algo de lo que se puede morir. La gente necesita entender que esto es serio. Vivimos para contarla; los demás, no sé dónde terminaron los demás».

Combatiendo la paranoia con información confiable: Q, 33 años de edad, trabajador de restaurante

Q, es un hombre maya de Akil, Yucatán. Llegó hace seis meses a San Francisco, e inmediatamente encontró trabajo como preparador de alimentos y lavaplatos en restaurantes sobre las calles Gerry y Misión. Solicitó que su nombre no se publique en este reportaje.

El 2 de mayo corrieron rumores de que alguien en el hotel donde vive en la calle Misión dio positivo por COVID-19. El dueño del edificio contactó al DPH y pidió que todos los que estaban en el edificio fueran evaluados. Dos días después, los trabajadores sociales lo llamaron, a él y a sus otros tres compañeros de cuarto, para informarles que habían dado positivo. «Nos dijeron por teléfono y no sabíamos si estos resultados eran reales o no. Todos teníamos tos, pero simplemente no lo sabíamos».

Los trabajadores sociales los visitaron más tarde ese día, 4 de mayo, y les dieron sus opciones. «Nunca habíamos tenido una experiencia como esta… Como no teníamos un baño privado para contener la propagación del virus, nos dieron la opción de trasladarnos a un refugio o un hotel que la ciudad ofrecía y ver cómo se desarrollaban nuestros síntomas. Honestamente, no estábamos seguros de qué hacer: ir a un refugio abierto para vivir con otros o estar encerrado en un hotel. La verdad era que teníamos miedo, no sabíamos qué iba a pasar, habíamos visto informes de cómo se estaba desarrollando el virus en Nueva York. Sentimos pánico de que todo iba a salir mal. Estábamos en la incertidumbre. Vimos las complicaciones en los organismos de otras personas y entramos en pánico. También estábamos en una situación desfavorable como latinos, más yo recién llegado, tenía mayor temor. No sabíamos lo que nos esperaba”.

“Una vez que supimos que tendríamos asistencia médica, y sabiendo que el virus podría crear complicaciones en el tracto respiratorio, pedimos ir al hotel. En el hotel pedimos que nos pusieran dos por habitación. Como ya vivíamos juntos, no era un gran problema. Nos mantuvimos en contacto entre nosotros por teléfono. Todos los días una enfermera nos llamaba para preguntarnos sobre nuestros síntomas. En este caso solo tuvimos tos. Nos dieron pastillas y jarabe para el dolor de garganta y el cosquilleo en la nariz, y té de jengibre”.

«Esta enfermedad puede ser psicológicamente debilitante debido a todo lo que uno ve en la televisión, por lo que la paranoia aparece cuando uno se pregunta si será golpeado mejor o peor. Tienes que controlar tu mente”. Q y su compañero de cuarto asumieron la tarea de informarse. “Buscamos artículos científicos sobre el mecanismo de acción del coronavirus y cómo se manifiesta. Nos informamos con artículos respaldados por evidencia, ninguno de esos YouTuberos. Para las personas que pueden necesitar algo más fácil de digerir, recomiendo  CurieScience en Facebook”.

Cuando hablamos, Q estaba en su undécimo día de cuarentena. “Nuestros síntomas han disminuido. Tuvimos tos con flema, pero se disipó con los jarabes para la tos y los tés. Cada organismo es diferente. Las personas pueden tener diferentes trastornos preexistentes y la enfermedad puede complicar las cosas. Todo depende».

Noto que Q habla como un médico. “Tenemos antecedentes: en México, trabajé en un laboratorio científico y eso es lo que formó mi mente. Fui ingeniero bioquímico en Mérida». P vino a San Francisco para construir un futuro. «Mi trabajo no estaba bien pagado». Tiene una esposa en su tierra natal y vino aquí para construir un patrimonio para su familia y construir una casa. «Esperemos pueda lograrlo…»

Durante los días de cuarentena, fueron alimentados con comidas balanceadas con vegetales, proteínas y vitaminas. «Todo lo que uno necesita para sobrevivir». Q y su compañero de cuarto se ocuparon de su salud mental mirando televisión, escuchando música, leyendo libros en línea y conversando. Le pregunté si hay algo que sugeriría a la Ciudad para mejorar. «Sí, televisión con canales en español, Netflix, pero más que eso probablemente sería imposible».

Q esperaba con ansias el día en que recibirían una declaración de buena salud. Ese día que hablamos, 15 de mayo, el médico los iba a evaluar, y si continuaban tres días más sin síntomas, serían liberados. Estaba ansioso por regresar a su habitación en el hotel, ya que no tenía idea de qué había sido de sus cosas. «También voy a buscar trabajo tan pronto como me den luz verde». Justo antes de ser puesto en cuarentena, Q tenía dos trabajos, ocho horas cada uno. «Los que vivimos día a día de nuestro trabajo obviamente tendremos que salir a trabajar y siempre seremos propensos a la reinfección”.

Se toma un momento para reflexionar sobre el virus: “No sé cómo nos contagiamos. Interactuamos con muchas cosas y muchas personas y este virus está en todas partes. Mi consejo para los demás es que si tienen dudas y la oportunidad de hacer la prueba, hágalo… Su privacidad será muy respetada. No cuestionan quién eres. Toma las medidas de salud necesarias y no caigas en la paranoia. Infórmense correctamente, no lean cosas sin fundamento. No confíes solo en lo que ves en la televisión o en lo que dice tu vecino. Mi compañero de cuarto y yo estábamos analizando el ciclo de noticias. Cada hora hay una insistencia en lo mismo y lo mismo. Este es un tema delicado, y no deberían ser tan alarmistas. Si van a repetir lo mismo, en lugar de decir 4 mil muertos, 4,001 muertos, 4,003 muertos, 4,004 muertos, en lugar de repetir esos números fatales, deben hacer un equilibrio: por ejemplo, de 1,000 infectados, 500 muertos, pero el resto se recuperó”.

«Refugiarse en casa está bien, pero no podemos estar encerrados todo el tiempo, y tarde o temprano todos contraerán el virus que anda rondando por todas partes». Q planea tomar todas las precauciones necesarias una vez que esté fuera, como cubrebocas con un buen filtro, porque advierte: “Tampoco debemos intoxicarse con dióxido de carbono, es un dilema. Necesitamos un estudio para tener mejores conclusiones sobre lo que es más útil y más saludable. ¿O hasta qué punto usamos la máscara? ¿Por cuánto tiempo sin ser afectados? Las autoridades sanitarias deben establecer parámetros sobre cuánto tiempo y qué tipo de máscara se recomienda más, y si es así, si hay alguna máscara certificada accesible”.

Q también tiene otra sugerencia para que la Ciudad ayude a los trabajadores esenciales que se han recuperado de COVID-19 para levantarse de nuevo. “Estamos en completa incertidumbre sobre el empleo y cómo pagar la renta. No esperamos que nos regalen cosas, pero las oportunidades deben extenderse para volver a trabajar en restaurantes, almacenes y otros lugares. En este momento, todas las oportunidades están cerradas para nosotros, y sería de gran ayuda tener un centro de reclutamiento para los latinos que tenemos barreras idiomáticas. Con la ayuda de un intérprete y alguien que sepa dónde hay recursos, podemos recuperarnos, especialmente aquellos de nosotros que hemos perdido ingresos porque sufrimos la enfermedad».

Trabajando hasta la muerte: Raúl Chan, 28 años, trabajador de restaurante.

Raúl Chan es un hombre maya de 28 años de Yucatán. Llegó a San Francisco hace 3 años.

“La vida aquí es difícil. Aquí uno tiene que trabajar el doble para obtener lo que quiere. Y te sientes solo estando lejos de mamá y la familia. Cuando llegué aquí, las lágrimas se me caían de tanto extrañar. Con dificultad, la gente te entiende, quieres comunicarte y ni siquiera puedes llenar los documentos de trabajo. Hay personas buenas y malas, y algunas te ayudarán. Con el tiempo uno aprende inglés para lo básico. Pero la vida aquí es difícil. Todavía no me puedo acostumbrar. Uno se cría de manera diferente, llegas aquí y eres visto como raro. A veces quiero volver a mi pueblo”. 

“Cuando llegué pronto entré a la cocina con el apoyo de familias que conocía. Tenía tres trabajos y trabajaba aproximadamente 15 horas al día durante los primeros dos años y medio. En ese momento estaba trabajando como cocinero por la noche y como cocinero de preparación por la mañana. Y en mi descanso de medio día era carnicero”.

 “Hace 8 meses me enfermé por no descansar mi cuerpo. Ni siquiera podía respirar, no podía mover mi brazo, sentía que me estaba muriendo. No fui al médico, no sabía si podía ir al médico. Mis amigos me dijeron que estaba enfermo por no descansar mi cuerpo. Morir lejos de casa sería un sufrimiento para mis parientes. Un amigo cuyo familiar murió me contó lo difícil que es recolectar el dinero para enviar los restos. Esa vez me sentí tan enfermo, me arrepentí mucho haber venido, pensando que iba a morir lejos de ellos. Después de eso, mantuve solo un trabajo para poder descansar. Los dueños del lugar que dejé no querían perderme porque era muy trabajador. Me preguntaban quién me había hecho daño, pero era simplemente que tenía que descansar. Empecé a trabajar como cocinero con turnos de diez horas, dos días por la mañana y dos por la tarde”.

“Hace un mes, a mediados de abril, sentí un dolor en el pulmón, pero pensé que era un dolor normal. Una fiebre muy fuerte me vino encima. Comenzó a las 8 de la noche y pensé que era normal. Al día siguiente a las 8 de la mañana me sentí mejor, pero me quedé con dolor corporal como si me hubieran apaleado. Sentí que uno de mis pulmones estaba cansado, como si no estuviera jalando aire. Pensé que me estaba pasando lo mismo que antes, pero estaba confundido porque no tenía la misma rutina”.

“No creía que fuera el coronavirus, ya que había seguido las precauciones indicadas. En el restaurante donde trabajaba, se enteraron de que un colega tenía el virus. Los propietarios nos mandaron a todos a hacer la prueba y yo di positivo. Hicimos la prueba en la calle Harrison cerca de la calle 8. La chef hizo una cita para mí y fui”.

«Estaba seguro de que no lo tenía. Uno es joven, uno no lo siente. Vengo de un lugar donde uno se alimenta bien, todo natural. Mis anticuerpos estaban bien, dijo el médico. Pero si no me hubiera cuidado quién sabe cómo hubieran ido las cosas.

 “Tuve que hablar con la persona que nos renta la habitación a otro joven y a mí. Me preocupaba por todos allí. Pero como había tomado las precauciones necesarias, ninguno de ellos resultó positivo en mi hogar. Como fui el único que dio positivo, tomé la decisión de ir al hotel para no infectarlos.

“Era una habitación de hotel en 601 Broadway… El segundo día pedí agua para no beber del fregadero. También me dieron muy poca comida. Soy alto y llegó la noche y tenía hambre. No me dieron lo suficiente para comer, estaba acostumbrado a comer más. He tenido problemas con la depresión y estaba acostumbrado a hacer ejercicio para combatir la depresión. Encerrado seguí haciendo ejercicio, por eso también tenía hambre. No tienes nada más que hacer. No sabes lo que le sucederá a tu cuerpo.

 “No tuve más síntomas, no me sentía enfermo ni tenía fiebre. Pero encerrado en una habitación, piensas: ‘Es una chingadera, ya quiero salir’”.

«Todos los días, durante los siete días que estuve en el hotel, me revisaron los síntomas, pero no aplicaron otra prueba de Covid antes de liberarme. Todavía no me siento al cien por ciento. Salgo a caminar y a veces siento que me falta oxígeno y aún más con las mascarillas. Siento que ese pulmón que me molestó aún no está completamente recuperado”.

“No he vuelto al trabajo. Los jefes me dijeron que no podía volver hasta que volviera a hacer la prueba. No lo he hecho pero pronto lo haré. Estoy aprovechando la oportunidad para descansar. Sigo las precauciones ordenadas por el médico y me estoy cuidando. Es un merecido descanso. Me llamaron de mi otro trabajo pero no quería decir lo que había sucedido. Le dije que tenía otro trabajo. No había salido a verlos en consideración a ellos. Hasta que tenga mi nota de buena salud, volveré a trabajar”.

Raúl está tranquilo y sereno a lo largo de nuestra charla. Al final, le pregunto si tiene recomendaciones para el resto de nosotros: “Cuidemos todos unos a otros porque no todos tendrán la misma suerte. ¿Qué sucede si la otra persona tiene otra enfermedad y, debido a la irresponsabilidad de uno, la otra se infecta? No creía en el coronavirus, hasta que me afectó, y vi que era cierto. Tienes que seguir las reglas que establece el gobierno, por una buena razón. Pensé que era pura política, pero es verdad y existe. Sugiero no mirar televisión, todo el tiempo mirando a los muertos. Para alejar tus pensamientos de lo que está sucediendo, agarra algo para leer o algo para pasar el tiempo. Apaga la televisión, de lo contrario, estás todo el tiempo pensando en lo que te va a pasar».

Una fuente de agradecimiento: Elvin Escobar, 38 años, conductor de grúa

Elvin Escobar y su perra Kira, en su vehículo, el 6 de junio de 2020. Photo: Shandana Qazi

Elvin Escobar tiene 38 años y es originario de Santa Ana, El Salvador. Llegó a San Francisco hace 21 años, y durante 20 años ha trabajado como conductor de grúas.

 “Esta experiencia no debe desearse ni al peor enemigo de uno. Los latinos lo hemos tomado como un juego, más preocupados por las especulaciones en los medios de que esto fue causado por los gobiernos. Desde el comienzo de la orden de refugio, comencé a tomar precauciones, ya que mi trabajo era esencial. El trabajo se redujo mucho, pero seguimos trabajando con la triple AAA y compañías de seguros. Después de la orden de refugio, dejamos de llevar a los clientes en la cabina. Usaba máscaras y guantes. De hecho, compré muchos paquetes de mascarillas y se las regalaba a cualquiera que no tuviera una. Con desinfectantes me lavaba las manos y la grúa. No se me pasó por la mente que este virus me tocaría”.

“No le deseo mi experiencia a nadie, ni siquiera a mi peor enemigo. Es como un paseo al meritito centro del infierno. Te dan escalofríos y una fiebre horrible. No soportas el dolor, las fiebres, todos los síntomas. De repente llegó el virus, sin ningún síntoma previo. El 30 de abril, partí a las 7 de la mañana de San Francisco a Oakland para dejar un automóvil. Cuando regresaba, cruzando el Puente de la Bahía, mi visión se volvió borrosa y comencé a tener una fiebre que parecía tenía brasas dentro del cuerpo. Fue repentino. El dolor en los huesos y la fiebre comenzaron. Fue horrible, un terrible dolor de huesos”.

“Me las arreglé para llegar a mi casa [por Silver y Hamilton] y pasé 3 días aguantando. Nunca pensé que era el virus, pero que debía ser una gripe o una fiebre pasajera. Estaba tomando Dayquil, Nyquil, pero esos tres días fueron horribles. No podía soportar bañarme en agua fría, pero hasta hielo le ponía a la tina. Un amigo me dijo que tenía que hacerme la prueba. Fui a calle 7 y Brannan, y al día siguiente me llamaron por teléfono y me enviaron un mensaje de texto diciendo que salí positivo. Me pidieron mis síntomas: mareos, diarrea, fiebre y me dijeron que fuera al hospital. Con la fiebre alta, llegué al hospital el jueves 7 de mayo. Un colega vino a mi casa y me llevó. Me dejó frente al hospital y regresó para estacionar mi auto en casa. Con debilidad entré al hospital, me tomaron la temperatura y creo que fue tenía más de 100 grados e inmediatamente me dieron una bata de hospital y una sábana y bolsas de hielo. Y fue entonces cuando me pusieron un suero. Me desmayé cuando entré, así que me dieron oxígeno y me llevaron al sexto piso. Al nivel de mi ombligo, me inyectaron antibióticos y antiinflamatorios y me dieron Tylenol cada dos horas. Estuve en el hospital por 5 días”.

“Al despertarme en una cama de hospital, todavía tenía fiebre muy alta después de los primeros dos días. Ni siquiera recuerdo bien, pero cada 4 ó 6 horas me ponían más hielo. El 9 de mayo finalmente me estabilizaron y me bajaron la fiebre. Llegó un momento en que incluso dije que si era la voluntad de Dios quitarme mi sufrimiento, que así fuera: la fiebre, las agujas, tanta debilidad sin comer, perdí 15-20 libras, perdí el sentido del gusto, olor, todo, mi vista estaba nublada. Un día sentí que la muerte estaba cerca, después de desmayarme tres veces cuando estaban extrayendo sangre y administrando inyecciones. Pensé que realmente me estaba muriendo. Horrible, horrible todo lo que viví”.

“Tenía tos seca pero no continua, iba y venía. No tenía neumonía, pero la tos requería me dieran oxígeno durante 10-15 minutos. Me hicieron una radiografía de tórax y me la mostraron pero no sé qué me dijeron después de tantos antibióticos y antiinflamatorios. En toda mi vida creo que es la segunda o tercera vez que vengo a un hospital. Nunca antes había estado en un hospital más de dos horas después de un chequeo médico. Nunca he tenido complicaciones de salud. Tengo un hijo de 17 años que vive en Sacramento con su madre. Le envío un depósito semanal. Hablé con él para decirle ‘no puedo enviar tu depósito porque estoy muy enfermo con el Coronavirus’, Se puso súper triste y lloró por teléfono… Nadie podía visitarme. Se prohibía las visitas”.

Elvin resistió contarle a su familia en El Salvador lo que le estaba sucediendo. “Soy el menor de nueve y mi madre tiene casi 90 años. El día de la madre, el 10 de mayo, apagué el teléfono celular y fue lo más triste no poder felicitarla. Me enviaron a casa el 11 de mayo a las 7:30 de la noche en ambulancia. Vivo con otro compañero de trabajo y él también había tenido el virus, pero con diferentes síntomas, solo tos y gripe, y sin dolores corporales. Nos enfermamos casi al mismo tiempo o con un día de diferencia. Es difícil saber quién fue golpeado primero”.

 “Cuando me sentí mejor, supe que era una segunda oportunidad que Dios me estaba dando. Empecé a vivir una nueva vida. Uno se queda con ese pensamiento. Son pensamientos detestables de esa enfermedad. De vuelta en la casa, nadie entraba a visitarme, pero gracias a Dios y a todos mis amistades, todos me enviaron mensajes de texto preguntándome cómo podían ayudar, si necesitaba algo, medicinas, algo para comer… todos me apoyaron. Una sopa, un caldo de pollo, carne picada, cosas para cocinar, todo. Estoy súper agradecido con todas las personas que me apoyaron. Muchas personas me animaron, oraron por mí, ‘vas a salir de esto’, llegaban mensajes escritos y de audio alentandome. ‘No puedo ir a verte, pero me gustaría traerte una pasta, una medicina’. Vivo en un departamento del segundo piso y até una olla y un gancho a una soga que bajaba por la ventana para recibir regalos de tylenol, bebidas con electrolitos, sopa”.

Elvin vuelve a mirar sus mensajes: «… y se me rompe el corazón y me pongo triste y se me salen las lágrimas, y creo que muchas personas están viviendo lo que yo y no tienen quién les traiga medicamentos, comida y palabras de aliento, ‘estoy rezando por ti’, ‘Yo me alegro de que ya estés comiendo’,’ que ya estás en casa’”.

Uno de esos mensajes que recibió fue un meme atribuido a la hija del presidente del Banco Santander Portugal, al comentar sobre el fallecimiento de su padre a COVID-19, dijo: «Somos una familia millonaria, pero mi padre murió solo y sofocado , buscando algo que es gratis. El aire. El dinero se quedó en casa”. Elvin se conmovió mucho con estas palabras: “Debes apreciar las cosas materiales, pero lo que vale más es tu salud, tus amigos, y si antes trabajaba 7 días a la semana, ahora debo tomarme un tiempo libre, no ser egoísta conmigo mismo, no trabajar 12 ó 15 horas al día. Debo valorar la oportunidad que Dios me está dando. Tenemos que centrarnos en nuestra propia salud y la de las personas que nos rodean. Estoy súper agradecido con muchas personas que me alentaron y motivaron a superar esta enfermedad. Agradezco a los médicos y enfermeras, cuyos corazones se rompen al vernos en una de esas camillas. A los trabajadores sociales preocupados si tenemos comida”.

«Este virus viene con una depresión, sufrí una depresión encerrado entre cuatro paredes, una depresión horrible, no sientes el tiempo, una hora son diez horas, sufres de soledad y, al mismo tiempo, si te mostrara todas las imágenes en mi teléfono, estoy en un grupo de oración, las videollamadas, estoy súper agradecido, primero con Dios y luego con todos mis amigos que me rodean con su aprecio”.

Elvin tiene una perrita pastor alemana de 15 meses, Kira, a quien adora, pero siente que incluso ella ha sufrido depresión durante el encierro, ya que se sienta pensativa por períodos de tiempo. “Esto, te digo, te destruye moral, física y mentalmente. Destruye la mente, la fuerza del cuerpo, este virus te destruye completo. Hasta la fecha, un psicólogo me habla dos, tres veces al día porque la enfermedad deja cicatrices físicas, mentales y emocionales. Los pulmones, los riñones, el sistema nervioso, el color de la piel con manchas amarillas pueden dañarse como me ha sucedido, y también daños mentales como la soledad o la depresión. El psicólogo llama cada 3 ó 4 horas, me habla para preguntarme qué estoy haciendo, qué está pasando por mi mente, porque como repito, este virus es mortal, mortal».

“Anteayer me mandaron a tomar el examen Covid-19, y ya salí negativo. Estoy esperando comenzar a trabajar este viernes o lunes porque los biles no esperan. Me retrasé en el pago de la renta, después de 20 días sin trabajo. Instantáneamente, agoté mis ahorros para pagar la factura del teléfono y bueno, todo. Supuestamente estoy esperando el estímulo fiscal pero no lo he recibido”.

Elvin mira nerviosamente las noticias que dicen que una persona podría no ser inmune al virus incluso después de lo que pasó. «Primero Dios, que este sea un virus que una vez vencido, cause inmunidad, y primero Dios que ilumine a todos los que lo están estudiando para encontrar una cura”.

Elvin Escobar y su perra Kira, en su vehículo, el 6 de junio de 2020. Foto: Shandana Qazi

Tiene la intención de mantener todas las precauciones necesarias mediante el uso de desinfectantes, guantes, cubrebocas y si puede encontrar una visera de plástico aún mejor. «Los latinos nos burlamos de esto, lo digo de mi mismo, hicimos canciones, memes y no nos lo tomamos en serio hasta que un miembro de la familia lo experimenta de primera mano».

Mira las protestas de las personas que exigen que los estados reabran, «… pero los gobernadores, creo que si gobiernan bien, dirán que se queden en casa y presten atención. Podemos recuperar el dinero más tarde como lo que sucedió después del 11 de septiembre. Pero salimos de esos desastres económicos. Hoy tenemos que unirnos más, y en caso de que debamos quedarnos en casa, quedémonos en casa».

Elvin está entusiasmado por poder preparar comidas para quienes lo ayudaron, «… y si hay personas que necesitan ayuda, pueden contar conmigo que estoy dispuesto a ayudar a cualquiera, económicamente no puedo hacerlo, pero puedo traerles comida, medicinas y darles mi apoyo. Si necesitan urgentemente ir al hospital, haré lo mismo que alguien hizo por mí: los llevaré en sus autos a la puerta del hospital y luego estacionaré sus autos nuevamente”.

La gente fue tan generosa con Elvin que tiene suministros de despensa para regalar, e incluso compartirá su propia receta de baño de vapor hecha con eucalipto y vic vaporub para inhalar en el baño cerrado. «Wow, eso limpió todo mi sistema respiratorio. Es una experiencia dolorosa vivirla, pero al mismo tiempo te llena de emoción porque sabes quién es quién. No importa el estado social o económico, nunca subestimes a nadie. Pensemos que todos somos valiosos y más aún en un momento como este cuando debemos apoyarnos mutuamente y estar más unidos. Juntos podemos salir adelante, las cosas materiales, la economía puede esperar un poco. Primero Dios, esta nación vencerá este virus”.

Elvin se emociona de nuevo hablando de la bondad de los demás. “Recibí mensajes de texto de amigos en Honduras, El Salvador, Guatemala y de aquí en San Francisco e incluso de otros estados. Es como dice la canción ‘Stand by Me’ y como digo, puedo ser voluntario, puedo regalar lo que tengo a mi alcance para lo que necesites. Es una cosa muy hermosa que sientes. Y es muy agradable recibir apoyo emocional con un texto que dice ‘mejórate pronto’».

Nota final

Estas entrevistas tuvieron lugar del 15 al 20 de mayo de 2020 vía telefónica. Fueron posibles gracias a los lazos comunitarios. Mi amigo y guerrero maya, Luis Poot Pat, me presentó a Doña Lucy, mientras hacíamos actividades de alcance comunitario durante las pruebas de Unidos en Salud en el Distrito Misión. Doña Lucy me presentó por WhatsApp a Esperanza Novelo. Esperanza Novelo me presentó a Jeremías Yerbes y Raul Chan. Mientras tanto, Luis Poot Pat me presentó a Q y Lucio Ku. Lucio también es amigo de Jeremías Yerbes, y Jeremías Yerbes me presentó a Elvin Escobar. Su árbol de relaciones resultó en una fuerte representación de mayas yucatecos y un salvadoreño.

El virus COVID-19 ha hecho palpable el apretado tejido social que nos conecta,incluso entre extraños, a medida que el virus pasa de una mano a otra, de la respiración de uno a otro. A raíz de sus consecuencias, los individuos más impactados entre nosotros nos enseñan, a través de sus narraciones, a difundir amabilidad y compasión, y a buscar información sólida. Este reportaje especial está dedicado a todos los sobrevivientes de COVID-19 y la memoria de todos los fallecidos. Se hace una oración especial a la comunidad asiática de San Francisco, desproporcionadamente impactada, por soportar la peor parte de las muertes. Descansen en paz.

Al cierre de este reportaje, me puse en contacto con cada individuo para una actualización: Jeremías Yerbes, Esperanza Novelo, Raúl Chan y Elvin Escobar están nuevamente dándole duro como trabajadores de primera línea. La naturaleza más especializada del trabajo de Lucio Ku lo ha dejado desempleado, y Q ha estado sigue buscando todos los días trabajo en la calle y en restaurantes.

Los trabajadores esenciales son nuestros héroes comunitarios. Hay que pagarles salarios dignos, cancelar el pago de sus rentas, hipotecas y servicios públicos; proteger sus derechos como trabajadores y darles la oportunidad de sobrevivir a la pandemia con dignidad.