“Aun no tienen hornos ni válvulas de gas en este país, pero tienen cercas eléctricas. Así que escribí una plegaria sobre algunos corta alambre. ¡Escribí una plegaria para que encontremos unas tijeras y salgamos!”

—Charles Mingus

Ilustración: Alexia Huerta

Hubiera deseado no tener que escribir sobre el tema. Lo digo en serio. Como arqueólogo, me levanto por la mañana y pienso en cerámica, herramientas de piedra o en hacer algunos mapas en la computadora. Pero esta semana, me desperté con la noticia de que el Fuerte Sill, en Oklahoma, sería utilizado como centro de detención para niños indocumentados.

Dadas las acciones de esta administración (y de las antecesoras), este anuncio no debería sorprender. Sin embargo, la reutilización de una instalación como esa golpea la sensibilidad de una manera tan ofensiva que ya no pude pensar en mi cerámica, en herramientas de piedra ni en mapas en mi computadora. El uso de este tipo de instalaciones es una continuación de una larga historia de reutilización de infraestructuras para la opresión racial. Solo puedo pensar en ir a la tienda y comprar unas pinzas corta alambre.

El enfoque habitual de mis investigaciones es el encarcelamiento de los japoneses-americanos durante la Segunda Guerra Mundial, un tema sobre el que he escrito aquí anteriormente. El Fuerte Sill fue una institución que retuvo a aproximadamente 700 japoneses americanos durante la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de muchas de las principales instalaciones de Reubicación de la Guerra, lugares como ese fuerte estaban reservados para personas que se pensaban “especialmente peligrosas”. Esto incluía a líderes de la comunidad, sacerdotes, monjes y presidentes de organizaciones sociales. Estos individuos fueron seleccionados no necesariamente porque representaban una amenaza real, sino porque tenían posiciones de autoridad con la comunidad japonesa americana y habían mantenido vínculos con gente en Japón. Justificaciones que enmascararon el racismo y la xenofobia. Una de esas personas en el fuerte estaba tan traumado por la expulsión forzada de su casa y su encarcelamiento, que corrió hacia la cerca de su prisión y comenzó a trepar, gritando “Quiero irme a casa”. A pesar de las protestas de sus compañeros de prisión que alegaban que él estaba perturbado, los guardias le dispararon a muerte.

Antes de que se utilizara para detener a los japoneses americanos, el Fuerte Sill encarceló a los nativos americanos, incluido el famoso líder indígena Gerónimo. Dicho fuerte no era tan único, varios otros centros de detención utilizados por el gobierno tenían historias más largas de opresión racial que el encarcelamiento injusto de los japoneses americanos.

Dos de los campos de internamiento más grandes, Poston y Gila River (donde estuvo mi familia), fueron construidos a la fuerza en las reservas de los nativos americanos. Uno de los centros de detención, Old Leupp, fue utilizado anteriormente como un internado, donde niños indígenas fueron sacados de sus hogares y forzados a aprender la cultura euroamericana. En otros casos, las conexiones de opresión entre el encarcelamiento japonés americano y otros grupos son menos obvias. En Tule Lake, uno de los campos de internamiento al norte de California, muchas de las barracas fueron reutilizadas como unidades de vivienda para trabajadores migrantes mexicanos después de la guerra. Refugios temporales de mala calidad, que cambian de un pueblo oprimido a otro.

Estas recurrencias de sitios y materiales no son accidentales. La infraestructura de la opresión trasciende momentos históricos y ha sido implementada por quienes están en el poder una y otra vez. Tecnología utilizada para confinar a los pueblos indígenas en contextos coloniales se vuelven a imaginar en tiempos de guerra o en tiempos de crisis manufacturadas, lo que hace que los niños pasen semanas sin dormir, sin mantas o colchones, con terror e incertidumbre. Los críticos y los detractores han minimizado estas atrocidades, burlándose del uso del término ‘campo de concentración’ y denunciando a aquellos que lo dicen como reaccionarios e hiperbólicos.

En el epígrafe de este texto, las palabras de Charles Mingus, pronunciadas hace más de cuarenta años, parecen sonar verdaderas. Al hablar de  la obra que había compuesto titulada Meditaciones sobre la integración, Mingus dijo que a veces llamaba al trabajo “meditaciones sobre un par de cortadores de alambre”, porque si iban a enviar personas a los campamentos, todos deberíamos al menos ir a la tienda y comprar un par de cortadores de alambre.

Escuché esta historia por primera vez mientras escuchaba al músico del Área de la Bahía, Jon Jang, interpretar un tributo a la amistad entre Malcolm X y Yuri Kochiyama. Los cortadores de alambre pueden venir en forma de música transformadora, o de solidaridad revolucionaria. Pueden cortar no solo las cercas del cautiverio, sino también las líneas entre las facciones étnicas, religiosas, políticas y generacionales. El 22 de junio, un grupo de japoneses americanos se reunieron a las puertas del Fuerte Sill, junto a grupos indígenas y activistas de la comunidad local para pedir el fin de la violencia y del encarcelamiento de niños. Llevaron grullas de papel, donadas por cientos de personas de todo el país, como expresiones de solidaridad. Ahora más que nunca, a medida que la administración se anima a tomar acciones aún más extremas, todos necesitamos encontrar nuestros cortadores de alambre —origami o de otro tipo— y derrumbar las cercas que nos conducen hacia un futuro aún más oscuro.