[su_label type=»info»]El Abogado del Diablo[/su_label]

Angie Doctor canta junto con el cuarteto John Calloway el 3 de agosto, durante la sesión de jazz en la Bird & Beckett Books and Records en San Francisco. Foto: Bob Hsiang
Carlos Barón

A lo largo de nuestras vidas podemos alcanzar el cielo muchas veces. No hay que esperar la muerte para visitar el paraíso.

Alejo Carpentier, el escritor cubano, padre de ‘lo real maravilloso’,  un movimiento literario (no confundir con el Realismo Mágico) nos dejó esta verdad profunda y básica: “Lo maravilloso puede descubrirse dentro de lo real. La cosa es rasguñar la superficie de lo cotidiano, para así descubrir que la belleza, lo maravilloso, nos rodea”. Estoy convencido de ello.

Muchas veces experimentamos algo absolutamente bello —aunque sea un momento aciago— algo cuya belleza tal vez no logremos dilucidar inmediatamente.

Cuando tenemos tiempo de analizar sensaciones y pensamientos, tal vez las palabras puedan contar la experiencia. Una sonrisa asomará y diremos: “Acaba de pasar un poema a mi lado, o una canción, o una mano salvadora al borde del abismo. La vida venció a la muerte. La esperanza venció a la desesperación. ¡Lo vi!”

Después del análisis, ojalá escribir el poema, o la canción… o ese artículo, porque lo maravilloso debe compartirse.

“¡En el cielo! ¡Estoy en el cielo!” Palabras de la canción ‘Mejilla a mejilla’, escrita por Irving Berlin para la película ‘Top Hat’ (Sombrero de copa), en 1935. “¡En el cielo, estoy en el cielo, mi corazón galopa y ya no puedo hablar!”

Esas palabras vinieron a mi mente hace un par de semanas, mientras sentado, embelesado, escuchaba en primera fila, mi música celestial favorita. “¡En el cielo! ¡Estoy en el cielo!”

John Calloway toca la flauta en el concierto de jazz llevado a cabo el 3 de agosto en la librería Bird & Beckett en San Francisco. Foto: Bob Hsiang

No estaba realmente en el cielo, sino la librería Bird & Beckett, en Glen Park, escuchando un concierto de jazz latino con John Calloway y su Cuarteto. John era un pájaro tocando su flauta mágica y un escultor en el piano; David Flores era el incomparable percusionista; el joven Alex Farrell hacía bailar con facilidad a su contrabajo y Angela Doctor alimentaba nuestra melancolía colectiva con su voz tan especial.

La noche era un regalo de Eric Whittington, el dueño de Bird & Beckett, quien ha estado haciendo esos regalos desde 1999, aunque los conciertos se hayan hecho un menú más regular desde 2002. En una reciente y breve conversación, Eric me dijo, modestamente: “Solo estoy montando el escenario”. Me acordé de esa película acerca de construir un campo de béisbol y de la icónica frase: “¡Constrúyelo y vendrán!”

La noche cuando mi esposa Azucena me acompañó (llegamos temprano, para asegurar estar en primera fila), nos rodeaba un mar de novelas, historias cortas, poemas, tarjetas postales. Eventualmente, el lugar se llenó. Algunos conocían a los músicos, otros regularmente gozan de los libros y conciertos que ahí se realizan.

La música que escuchamos fue, como en el dicho, de otro mundo. Ese jazz latino se construyó sobre una perfecta colaboración entre los músicos. Calloway tocaba su famosa flauta y conducía. Cada músico tuvo su turno de improvisar y cada turno fue espectacular. La cercanía entre los músicos y el público fue un raro manjar.

A veces, con la música, las caras de los músicos cambiaban, al navegar los complicados arreglos de las notas. Compartían sonrisas, miradas, a veces parecían sufrir, perdidos en la colaboración, mientras la música llegaba a raras alturas. Caras de amantes gozosos, libres, sin barreras.

Días después me encontré con mi amigo Jorge Molina, en el Mercado de los Jueves, en la Bartlett y la 22. Al mencionarle el concierto y las expresiones en las caras de los músicos, de la conexión establecida con la audiencia, Jorge sonrió, reconociendo lo que le refería. El también es un músico y me explicó: “Eso se llama hipnosis colectiva. Se entra en una ‘zona’… lo sientes, el público lo oye y lo ve, y se crea una especie de paroxismo colectivo”.

Eric Whittington, dueño de Bird & Beckett Books and Records, se dirige al público asistente a la sesión de jazz de mitad de verano a cargo del Cuarteto John Calloway Quartet el 3 de agosto. Foto: Bob Hsiang

Cuando hablé con Eric Whittington, me dijo que los músicos aprecian esos conciertos en la librería. “No les digo lo que van a tocar ¡y los músicos realmente se conectan con su audiencia! ¡Y la audiencia en verdad escucha! Hay un respeto evidente para los músicos”.

Durante una ‘descarga’, en medio de una pieza espectacular, donde todos los instrumentos trabajaban en maravilloso unísono, como un equipo bien entrenado puede hacerlo, Calloway tocó el piano y repitió un par de acordes casi dos minutos, mientras cada músico tuvo su momento estelar. Calloway servía de cuidador del ritmo básico, manteniendo la base del momento, mientras los demás improvisaban por turnos. Una vez terminada la pieza, él dijo: “Mientras tocaba, estaba mirando alrededor, a los libros: ¡Hay tantos temas y títulos! ¡Muy chévere!”

Me sorprendió. ¿Cómo podía hacerlo? Mientras tocaba el piano ¿él miraba  los libro? ¡Tremendo!” De nuevo, Jorge Molina explicó: “Lo que él hacía es super intuitivo. El sentimiento… y su experiencia, están a cargo. Las manos controlan. La mente puede liberarse y divagar”.

Para cerrar, otra cita de Eric Whittington: “Estos conciertos ayudan a dar autoridad a los artistas. No solo son un espectáculo. Son creadores…¡ y la gente realmente los escucha!”

Si están interesados y acuden a esos íntimos conciertos en Bird & Becket, u otro sitio que promueva ‘Jazz en los Barrios’, tal vez también llegue a sonreír y diga: “¡Cielo! ¡Estoy en el cielo!”