[su_label type=»info»]Columna: ABOGADO DEL DIABLO[/su_label]

Ilustración: Gustavo Reyes
Carlos Barón

Hace un par de semanas, caminando por el barrio de la Misión, un ruido ensordecedor vino del cielo. Era el paso de los Ángeles Azules, seis aviones de guerra con los que se festeja la Semana de la Armada.

Estoy seguro de que muchos de ustedes han de gozar al ver ese despliegue de fuerza militar y la innegable destreza de tales aviones, que destrozan la tranquilidad de nuestra existencia.

Permítanme discrepar de ustedes porque no puedo celebrar a esos ángeles enfadosos.

Me opongo a lo que considero una burda glorificación del militarismo, un ruidoso recordatorio de que este país es el principal vendedor de armas en el mundo. Es un triste hecho que “las bombas que explotan en el cielo” (del himno patrio norteamericano), han estado siempre explotando en los cielos de muchos países, por todo el mundo. La mayoría de las veces, por pésimas razones.

No me había dado cuenta de que esa Semana de la Armada estaba por suceder, hasta que ese ruido me sobresaltó.  ¡Por poco me escondo debajo de la cama, como los perros y gatos de la ciudad! Tras la sorpresa, vino mi enojo.

Pocos días antes, el país entero había sufrido las consecuencias del horror de lo sucedido en Las Vegas, cuando un francotirador mató a 58 personas e hirió a casi 400 más, que asistían a un concierto de música country y quien, después de saberse acorralado, puso fin a su miserable existencia.

Las imágenes televisadas de la masacre dejaron —en mi mente y en mi alma— el tac-tac-tac-tac del ruido con el que las ametralladoras destrozaban a esas indefensas víctimas. Un sonido horrible. Una pesadilla.

Y ahora, pocos días después, el rugir de esos aviones azules me remontaban a esa horripilante noche en Las Vegas.

¿Era necesaria esa exhibición? ¿Para quién? ¿Por qué ‘nuestros líderes’, comenzando por el ‘Alcalde Fantasma’, ‘Mister Lee’, no cancelaron ese evento?

Esos vuelos no eran necesarios y creo que a ‘nuestros líderes’ no les pasó por la mente la frágil salud mental de la población, ya de por sí maltrecha por el tac-tac-tac-tac de las ametralladoras de Las Vegas.

Así, una vez más, en nombre del patriotismo, la Marina, la Aviación o el Ejército invaderon nuestro espacio vital.

A veces, es la Semana de la Armada. Otras, el Ejército paga a los Gigantes de San Francisco o a los 49 de Santa Clara, para que sus máquinas de guerra sobrevuelen los estadios repletos de gente.

Se calcula que los vuelos durante el Super Tazón de fútbol americano cuestan $450 mil ¡por 3 segundos de ‘espectáculo’! De 2011 a 2014, el Departamento de Defensa (¿mejor llamarle Departamento de Ataques?) pagó a catorce equipos de la Liga Nacional de Fútbol Americano ¡cerca de 5.4 millones de dólares!

Cada show de los Ángeles Azules cuesta $40 mil… solo la gasolina. El costo total por espectáculo se acerca a los $1.26 millones de dólares, que son pagados con nuestros impuestos.

Esos vuelos se consideran ‘relaciones públicas’ de los militares, un eufemismo para satisfacer la necesidad de reclutar sangre nueva en sus filas. El ejército es una fuerza voluntaria, que tiene que anunciar y vender una imagen positiva de sí misma. Además de la participación en una interminable sucesión de guerras, el mayor desafío para el ejército es el reclutamiento de hombres y mujeres jóvenes.

La competencia entre las fuerzas armadas, el ejército, la marina y aérea para robustecer sus filas, es muy dura: los héroes y heroínas potenciales se reclutan con una población nada convencida. El costo de hacer propaganda a un ejército voluntario es parte del pago total de mantener conflictos bélicos constantes.

Pero hay otros héroes como Edwin Starr, un cantante afroamericano, que es uno de mis favoritos, quien interpretó ‘War’, una canción en contra de la Guerra de Vietnam que llegó a ser la numero uno en 1970 y uno de los cantos de protesta más célebres en la historia. Aquí unos versos:

¡Guerra, huh, yeah! ¿Para qué sirve? ¡No sirve para nada! ¡Guerra, huh, yeah! ¿Para qué sirve? ¡No sirve para nada! ¡Repítanlo!

¡Cómo desprecio la Guerra, porque destruye vidas inocentes! La Guerra trae lágrimas a los ojos de las madres, ¡cuando sus hijos van a pelear y pierden sus vidas!”

‘War’ fue una de las 161 canciones que el Clear Channel (una cadena radial nacional) colocó en su lista de censura después del 11 de septiembre de 2001. Por esa fecha, el gobierno se ocupaba inventando la Primera Guerra en Irak, en el Golfo Pérsico.  La canción decía demasiadas verdades.

Casi siempre, las guerras ocurren lejos de los EEUU, aunque hay algunas guerras internas, como el continuo debate acerca de si ponerse o no de pie mientras se entona el himno nacional al inicio de los eventos deportivos.

En esas ‘guerras’ internas, el tema del patriotismo es muy debatido: ¿Acaso los jugadores que se sientan o arrodillan son menos patriotas o cobardes, o faltan el respeto al himno, a la bandera y a todo lo cuasi sagrado que rige este país?

Los jugadores dicen que no protestan contra la bandera ni contra el himno, sino contra el maltrato histórico que la comunidad negra ha padecido… y siguen sufriendo. Yo estoy al lado (o sentado) con los jugadores.

Para mí, un héroe —o una heroína— es alguien que cada día se levanta a enfrentar una vida difícil.

Los maestros y maestras, los enfermeros y enfermeras, la gente trabajadora en general, la gente que se enfrenta diariamente al fantasma de la pobreza, esa realidad que siempre está a la vuelta de la esquina, son los verdaderos héroes y heroínas en este mundo.

Mil veces prefiero ver nuestro cielo cubierto de coloridos volantines o papalotes saludando a la paz y a la diversidad, que ver y oír pasar a esos Ángeles Azules con sus endiablados rugidos.