Un grupo de periodistas del Área de la Bahía se reúnen en el Dolores Park de San Francisco durante un acto de solidaridad por Santiago Maldonado, un argentino desaparecido el 1 de agosto. Foto: Victoria Montero

“En medio de la polarización y la soledad que se vive en un país como México, la gente ha comenzado a olvidar que el dolor que la injusticia provoca a los otros, debiera ser nuestro propio dolor”.

—Anabel Hernández, periodista y autora de “La verdadera noche de Iguala.”

Carlos Barón

La frase que encabeza esta columna es un constante grito en las calles del continente americano.  ¡Ni perdón ni olvido!

Desde México hasta la Patagonia se escuchan los reclamos que piden justicia, exigiendo el esclarecimiento de tantos crímenes que siguen sin solución ni castigo. Crímenes cometidos por individuos representando a diversos gobiernos, que han impuesto la desaparición de sus propios ciudadanos como una cruel fórmula represiva.

La desaparición forzada —y raramente esclarecida— de tanta gente, es una constante crueldad.

Los familiares y las amistades sufren continuamente, pues no pierden la esperanza de que aquellos hombres, mujeres y niños que fueron detenidos y luego desaparecidos, cualquier día tal vez volverán a entrar a sus hogares, vivos.

Se dice que “lo último que se pierde es la esperanza”. Así, los que buscan a sus seres queridos no tienen descanso. En ellos y ellas se instalan ideas contradictorias, que viajan de lo negativo a lo positivo, ida y vuelta, en un vaivén incesable y cansón. Una especie de puerta mal aceitada, que rechina en la mente de los que buscan y esperan. Una horrible tortura, como una gota que cae, cae, cae… interminablemente.

Cortesía: Imágenes en voz alta

Un ejemplo: este septiembre 26 se cumplen 3 años de la desaparición en Iguala, México, de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa.

Esa fatídica noche, una especie de maligno truco, una fétida cortina de humo o de sangre, se levantaron para encubrir el crimen que se llevó a tanto hombre joven, cuyo crimen había sido soñar con un mundo mejor, para ellos, para sus familias, para su país.

Sin embargo, los dueños del país no permitirían que soñaran e hizo sueño una pesadilla. Esa noche, una sucia mezcla de políticos y narcotraficantes respaldados por ejércitos oficiales y no oficiales, decidieron hacer desaparecer a esos 43 soñadores pobres, hijos de campesinos.

Al parecer, los estudiantes fueron asesinados y luego se quemaron sus restos mortales, lanzándolos a un río o esparciendo sus cenizas en horrendos basurales.

Casi de inmediato, la historia se regó, no solo en México, sino por todo el mundo, a pesar de un largo período de silencio gubernamental, mientras las autoridades mexicanas preparaban su versión oficial de los hechos, que habrían de llamar “la verdad histórica”.

Esa “verdad histórica” no acepta responsabilidad alguna por parte del gobierno, contradiciéndose con lo que el resto del mundo cree: que los culpables fueron una sucia alianza entre tropas y policías gubernamentales, encubriendo los hechos (o siendo ayudados a encubrirlos) por narcotraficantes.

Aunque esa “verdad histórica” haya encarcelado a decenas de mexicanos pobres, incluyendo algunos policías, soldados y a muchos civiles, al parecer ninguno de esos presos habría estado implicado en los sucesos. Meros chivos expiatorios.  El encubrimiento sigue, burdo, obvio, brutal, cínico.

Esos 43 jóvenes estudiantes no son los únicos “desaparecidos” en el continente americano. Ni siquiera son los más recientes. Cada día, desaparecen más personas, en casi todos los países.

Por ejemplo, el 1 de agosto de este año, al sur de Argentina, desapareció el joven (28 años) Santiago Maldonado.  La versión oficial: Maldonado se ahogó en un río (aunque su cuerpo no ha sido encontrado), o huyó hacia Chile. La versión antagónica: los culpables de su desaparición son miembros de la Gendarmería Nacional argentina, una fuerza de seguridad que opera en el ámbito del Ministerio de Seguridad del Poder Ejecutivo. Altos funcionarios del gobierno argentino, incluyendo el presidente de la nación, Mauricio Macri y la Ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, fueron denunciados por la Liga Argentina por los Derechos Humanos, por el encubrimiento del delito de desaparición forzada de Santiago Maldonado.

Según sus conocidos, Santiago es amante de la naturaleza, un “mochilero” apolítico y se dedicaba a realizar tatuajes en una feria artesanal. También se sabe que apoyaba el reclamo de los pueblos originarios por sus tierras ancestrales.

Esos pueblos originarios son los Mapuches, que están luchando hace siglos por sus tierras, tanto en Argentina como en Chile. Primero, lucharon contra los españoles y ahora luchan contra los gobiernos chilenos y argentinos.  Gente como Santiago Maldonado, que apoyan la lucha de los mapuches, son considerados enemigos o traidores, por los gobiernos en turno. La actitud solidaria de Maldonado es, más que seguro, la razón de su desaparición.

El pasado 11 de septiembre se cumplieron 44 años desde que sucedió en Chile el golpe militar en contra del gobierno democrático de Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973.

Cuando quise recordar a los muchos muertos y desaparecidos a causa de ese fatídico 11 de septiembre, hubo algunos que me dijeron: “debes mirar adelante, no quedarte pegado en el pasado. Perdona. Olvida”.

Pensando en los 43 de Ayotzinapa, en los miles de desaparecidos en Chile, o en el joven argentino Santiago Maldonado, sintiendo que ellos y ellas siguen vivos en nuestro recuerdo, en nuestros corazones, me hago eco de ese grito continental y respondo así: ¡Ni perdón, ni olvido!