No hay mucho que decir sobre el mal que asesinó a George Floyd, al menos no mucho que no se haya dicho ya. Aquellos familiarizados con El Tecolote deberían estar familiarizados con nuestra postura cuando se trata del asesinato de negros, indígenas y personas de color desarmados por la policía.

Pero algunos de ustedes pueden preguntarse por qué una publicación latina y reconocida como esta dedicaría espacio en sus páginas para denunciar el asesinato de otro hombre negro desarmado. La respuesta es simple: nuestra pelea es la misma.

Desde que el video de George Floyd siendo asesinado por la policía de Minneapolis el 25 de mayo se hizo viral en las redes sociales, las manifestaciones han estallado en los EEUU, con estadounidenses saliendo a las calles para expresar su dolor y frustración. Desde Minneapolis hasta Atlanta, desde Nueva York hasta la Bahía y más allá, los recintos policiales y patrulleros han sido incendiados. Se rompieron ventanas de instituciones bancarias depredadoras. La propiedad de varias corporaciones fue apropiada y redistribuida a la gente.

San Francisco. 30 de Mayo. Foto: Benjamin Fanjoy

Estos levantamientos no son, como han afirmado funcionarios electos de ambos lados de la isla, “deshonrando la memoria de George Floyd”, ni la de Ahmaud Arbery, ni Breonna Taylor, ni Tony McDade, todos ellos víctimas de la policía el mes pasado. Más bien, son la expresión espontánea de la indignación colectiva de a quienes se les ha dicho tomen asiento pacientemente, que el cambio está en camino, que la reforma policial es posible si vota por el menor de los dos males, esto mientras hombres y mujeres negros y morenos, siguen muriendo en la calle y en sus hogares.

Aquellos que condenan este tipo de levantamientos invocan previsiblemente el espíritu de Martin Luther King Jr. en sus llamados a manifestaciones pacíficas, pero tales invocaciones siempre parecen omitir que el pacifismo de King se encontró con la violencia.

Considere lo siguiente: Cuán rápidos fueron nuestros representantes electos para calcular el costo de las ventanas rotas y los edificios en llamas, sin embargo, nunca se han molestado en calcular la suma adeudada a los descendientes de aquellos cuyo trabajo forzado sentó las bases para la prosperidad de los EEUU.

Cómo aquellos en los principales medios de comunicación condenaron la destrucción de tiendas de lujo y propiedades corporativas, sin embargo, se encogieron de hombros ante las imágenes de perros yendo sobre los nativos americanos que defendían sus tierras en Standing Rock.

Cuán rápidos fueron los periodistas para etiquetar a los manifestantes como saqueadores, dejando de lado convenientemente que la tierra en la que nos encontramos hoy fue saqueada, tomada violentamente por la fuerza de los habitantes originales de este continente. O que los EEUU ha estado saqueando a América Latina y Oriente Medio durante décadas. O que los ricos en este país están saqueando el tesoro, como se evidencia más recientemente con un estímulo en el que la mayor parte de los beneficios fue para millonarios, mientras que el resto, los que tuvieron suerte, recibió $1,200.

También considere cómo la policía y sus porristas siempre esperan, más aún, exigen la responsabilidad de los negros, los indígenas y las personas de color, pero nunca se ofrecen, el problema es siempre unos pocos malos actores, nunca la institución. A estas voces les encanta recordarnos que no todos los policías son malos, y sin embargo, por cada oficial Derek Chauvin, arrodillado para oprimir el cuello de George Floyd hasta extinguir su vida, hay tres oficiales que vigilan, ignorando los gritos de misericordia.

Las fuerzas del orden público están en las calles en este momento armadas con equipo de grado militar, sin embargo, nuestros médicos y enfermeras tienen que recurrir a bolsas de basura como sustitutos del equipo de protección personal. La violencia es el lenguaje del opresor, el único lenguaje que entiende. Este lenguaje se ha utilizado para comunicarse con nosotros durante más de 400 años: la rodilla en nuestro cuello colectivo, todo mientras nos pacifican con las escrituras que predican ‘paz’.

Nos hemos convencido de que es factible, incluso justo, contrarrestar esta opresión pacíficamente. Se nos ha enseñado a aceptar el sufrimiento en esta tierra como si el sufrimiento fuera una virtud. Lo que estamos presenciando ahora es la realidad de que hay un límite en la cantidad de opresión que puede soportar un pueblo. Existe un límite para la cantidad de videos que podemos ver sobre hombres desarmados muriendo. Y cuando se alcanza ese límite, es cuando algunos recurrirán a hablar el idioma del opresor.

Los privilegiados no tienen derecho a decirle a los oprimidos cómo protestar, no pueden decirle legítimamente a los descendientes de personas esclavizadas, cuya explotación dio origen al capitalismo estadounidense, qué puede y qué no puede destruirse.

Los privilegiados tienen la responsabilidad de investigar y redistribuir las ventajas de las que se han beneficiado, a expensas del sufrimiento de otra persona. Desde esta perspectiva, lo que está sucediendo ahora es una oportunidad. Hay un mejor camino a seguir. Por todos nosotros. A nuestros lectores no negros: sean cómplices, levántense a favor de la justicia. Es lo correcto por hacer.