La madre del autor (izquierda), Elba Parra Guzmán, con sus compañeras en Chile, en 1938. Corteseía: Carlos Barón
Carlos Barón

Mi madre fue una excelente atleta chilena. Ella estuvo activa a fines de los años treinta y principios de los cuarenta. Mi padre fue un tenaz jugador de baloncesto y tenis. Ambos eran profesionistas de clase trabajadora, de tendencia izquierdista.

Crecí con la idea de que teníamos que equilibrar nuestro intelecto y nuestro físico. Por lo tanto, mis tres hermanas y yo aprendimos a leer a temprana edad y tuvimos la fortuna (como lo he mencionado en columnas anteriores) de haber crecido sin televisión. La radio y los libros fueron nuestros principales proveedores de conocimiento y entretenimiento.

También pasamos mucho tiempo “jugando afuera”. En la calle jugamos con pelotas improvisadas hechas con calcetines desechados que juntando uno sobre otro creaban una pelota de fútbol de buen tamaño. También practicamos deportes organizados de una manera más formal. En esos años, como sucede hoy, las figuras del deporte y el arte fueron idolatradas… pero también estuvieron bajo el escrutinio.

Si llegas a ser lo suficientemente bueno como para representar a tu país (como me sucedió tanto en el tenis como en el atletismo), es posible que te encuentres viajando a otros países o dando la bienvenida a equipos e individuos de otras naciones. Estas experiencias internacionales obviamente mejoraron nuestras vidas, expandieron nuestros mundos y nos dieron una plataforma para apoyarnos.

Descubrí que, además de estar parado en ellas, se esperaba que hablases desde esas plataformas… que opinaras. Estas opiniones no solo se limitaban a temas deportivos, sino a cuestiones que cubrían un amplio espectro. ¡No importaba si apenas eras un adolescente, pues estabas representando a tu país! Hablar era un privilegio y un deber.

El columnista Carlos Barón ganó en 1965 la de medalla de oro en la carrera de 200 metros, en el Campeonato Sudamericano en Río de Janeiro. Cortesía: Carlos Barón

En 1966, todavía un adolescente, recibí una beca deportiva para ir a los EEUU. Aterricé a mediados de la década de 1960, en la U.C. Berkeley, donde estudié sociología y teatro.

Fui testigo (y luego un participante nervioso) de las manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Sabía que, como estudiante extranjero, podría ser castigado por mi activismo. Sin embargo, la atmósfera rodeante (y los pensamientos y experiencias que traje de Chile) me ayudaron a vencer mis temores y participé en varios mítines contra la guerra.

Del entrenador del equipo de atletismo, escuché que debía mantenerme alejado de la política. “Eres un atleta estudiantil, no un activista.” En las clases de teatro, escuché que deberíamos abstenernos de “empujar nuestras creencias en los gaznates del público”.

Pero los años 60 fueron embriagadores y emocionantes. No participar activamente en ellos era imposible y la neutralidad no era una opción: en los deportes, en el teatro…¡en la vida!

Seguí yendo a mítines contra la guerra. Ahí descubrí que algunos de los estudiantes atletas que conocía, especialmente los jugadores de fútbol americano, ​​se alineaban hombro a hombro con la policía, ¡en contra los estudiantes que se manifestaban!

Aprendí a taparme la cara con un pañuelo, para evitar ser reconocido por uno de esos tipos blancos enormes y fornidos, que se habían convertido en los antagonistas de mis sentimientos y pensamientos contra la guerra.

En una ocasión, fui reconocido por un antagonista. Esa vez, el joven frente a mí no era jugador de fútbol… y no era blanco, sino un miembro afroamericano de mi equipo de atletismo. El era un tipo tranquilo, un corredor de fondo. Me había hecho amigo de otros atletas negros, pero este tipo en particular se mantuvo distante, incluso misterioso. Nos saludábamos educadamente, pero eso era todo, no más interacciones.

Hasta ese día que nos enfrentamos en una manifestación anti guerra. Él estaba formado al lado de otros jóvenes, todos miembros del Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de Reserva (ROTC), una herramienta de reclutamiento del Ejército de los EEUU. Estaban uniformados y armados. Yo estaba, para variar, sin un pañuelo en la cara. Nos miramos por un par de segundos. Aunque me reconoció, miró hacia otro lado. Parecía avergonzado. Al día siguiente, durante los entrenamientos, nos saludábamos pero nunca hablamos sobre nuestro encuentro.

El hecho de que fuera afroamericano me hizo pensar que algo andaba mal allí. ¿Por qué estaba del lado de la policía, del lado militar, del lado de aquellos que tradicionalmente habían oprimido a personas de color? Me estremezco cuando veo o escucho a una persona negra o morena con un cartel que dice “Negros (o Latinos) por Trump”. ¿Cómo, en nombre de todo lo que tiene sentido, tiene lugar esta tontería? ¿Por qué tantas personas pobres y oprimidas profesan amar a quienes los mantienen a raya?

Permítanme volver a centrarme en los artistas y figuras del deporte que también se involucran en la política, conscientemente o no. Hace aproximadamente un mes, Draymond Green, un gran jugador negro de baloncesto de los Golden State Warriors, posó en Israel con una sonrisa de oreja a oreja, mientras sostenía un enorme rifle, rodeado por miembros de las Fuerzas de Defensa de Israel.

Poco antes que él, Natalie Portman, actriz nacida en Israel y ganadora del Oscar, no asistió a una prestigiosa ceremonia de premiación israelí en protesta por las “atrocidades” de ese país.

Por haber ido (o no) a Israel, Green y Portman han sido duramente criticados. Natalie Portman fue atacada por el establishment israelí, especialmente por sus elementos más agresivos. Green ha sido criticado por personas más liberales y radicales, pro palestinas, especialmente en las redes sociales.

He ahí el asunto. La fama trae privilegios y deberes. La fama también exige respuestas. La neutralidad no es una respuesta.

Como Desmond Tutu, el activista sudafricano dijo: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor. Si un elefante aplasta con su pie la cola de un ratón, y dices que eres neutral, el ratón no apreciará tu neutralidad”.