Ilustración: Paul Duginski
Carlos Barón

Francamente, hoy no me entusiasma mucho el escribir.

Tal vez estoy invadido por un malestar que parece afligir a millones en este país: una sensación de impotencia acompañada de una gran frustración por la sistemática violencia que impera a nuestro alrededor.

Por muchos años he sido profesor, padre y líder de gente joven. En esos roles, he tratado de descifrar lo que pasa en este mundo, comenzando, para después compartir mis logros con la juventud. O con gente de todas la edades, como ahora, cuando escribo esta columna.

A través de los años, muchas veces  (como otros maestros y maestras también pueden testificar) desde una perspectiva emocional no me he sentido de lo mejor.

A pesar de esas presiones emocionales o mentales, otro sentimiento ha prevalecido: un sentimiento de responsabilidad. He razonado que estoy ahí, en una sala de clases, o de ensayos (o en mi casa, escribiendo esto), para ayudar a otros a captar lo aparentemente imposible de entender. Tratando de dar esperanzas pese al caos circundante; buscando ser un sanador de profundas heridas, como el racismo, el sexismo, la xenofobia.

No estoy solo en esta tarea de sanación y he sentido la inspiración de otra gente sanadora, vivos o no.  Parafraseando a John Lennon: “Me pueden llamar un sanador, pero no soy el único».

Lo que me preocupa en estos momentos preocupa a la mayoría. La semana pasada, otro horrible incidente sucedió en este país. Esta vez, fue el turno de una escuela secundaria en Florida la que padeció las consecuencias de una sociedad resquebrajada por la violencia. Diecisiete jóvenes fueron asesinados por un ex alumno que había sido expulsado de esa escuela. Aparentemente, era miembro de un grupo de blancos nacionalistas, traficantes de un terrorismo casero.

El asesino estaba armado con un rifle AR-15, diseñado para matar con eficiencia. Así pasó, el asesino logró su cometido.

Los motivos del crimen están siendo discutidos. En la prensa regular, en la prensa social, en nuestras conversaciones diarias. Por una parte, nuestro poquísimo intelectual presidente culpa a la salud mental del asesino, sin mencionar para nada la razón que la mayoría pareciera apoyar: la proliferación irresponsable y criminal de las armas en esta enferma sociedad.

Trump, a quien muchos expertos definen como ‘un caso mental’, alguien que parece gozar creando la discordia en vez del acuerdo entre la gente de este país, ha facilitado que aquellos con problemas mentales tengan acceso a las armas.

Como presidente, muchas de sus acciones han sido reacciones en contra de su antecesor. Si Obama favoreció algo, Trump estará en contra, reaccionando como un niño petulante y privilegiado.

Excepto que Trump no es un niño, sino un peligroso semi-adulto.

Hace poco más de un año, Obama aprobó una ley para prevenir que la gente con problemas mentales comprara armas. Mister Petulante la anuló.

El comportamiento de Trump y de casi todos los representantes del Partido Republicano (y escribo ‘casi’ generosamente) tiene que ver con el poder del dinero, especialmente aquel proveniente de la Asociación Nacional de Rifles de América (NRA). La NRA entrega dinero a muchos senadores republicanos y a otros representantes del Congreso. En el nombre de ‘la libertad’ y usando como escudo la Segunda Enmienda a la Constitución (que permite portar armas a los civiles), los ‘Lobbyistas’ recorren los pasillos del Congreso repartiendo dinero a sus lacayos congresistas, que servilmente votan a favor del negocio de las armas.

Después, al suceder una tragedia como la masacre de la semana pasada, esos mismos hombres (y mujeres) no dudan en declarar su ‘horror’ por otra ‘inexplicable tragedia’ y prontamente ofrecen sus ‘pensamientos y rezos’ a las víctimas y a sus dolidas familias. Además, rehusan hablar acerca de la tragedia, argumentando que es ‘demasiado pronto’, o que  ‘hablar acerca de legislar las armas politizaría esa trágica situación’.

“Mary y yo estamos muy tristes y rezaremos por las víctimas». “Con mi esposa, ofrezco nuestros pensamientos”, etcétera, etcétera.

Muchos estudiantes sobrevivientes de la tragedia han respondido: “¡Pura mier*a!”

Se que no estoy presentando nuevas nociones con estas palabras. Sin embargo, pienso que es mi deber seguir enfatizando lo obvio: este país promueve la violencia. Este país fue fundado con violencia y así creció, ayudado por banderas políticas que —convenientemente— siempre han presentado el ‘Camino Americano’ como el único a seguir. No solo para este país violento e hipócrita, sino para el mundo entero.

¿Qué se puede hacer? Para empezar, quisiera apuntar un interesante fenómeno: esta vez, las víctimas están peleando. Los pequeños niños que fueron asesinados hace pocos años (y los que sobrevivieron) a la masacre de la Escuela Elemental Sandy Hook, no pudieron responder. Sus padres tampoco fueron escuchados.

Pero los niños y adolescentes que sobrevivieron en Florida a la masacre de la Secundaria Marjory Stoneman Douglas, han encontrado sus voces y sus mensajes se alimentan de ese nuevo coraje y de una profunda rabia.

Suenan inteligentes, mucho más inteligentes que el Senador que representa a Florida, el infame Marco Rubio, también comprado por la NRA. Rubio, por supuesto, ofreció ‘pensamientos y rezos’.

No desesperemos y sigamos construyendo el arma más accesible y útil a nuestra disposición: educar y concientizar a nuestros niños y niñas. El camino es largo, pero podemos recorrerlo.