Don Coker/Columbus Ledger-Enquirer

En medio del ambiente caótico de la elección presidencial escribo esto como un ejercicio de salud mental.

Debo confesar que, para esta columna, intenté escribir acerca de diversos temas antes de encontrar la voz que buscaba. Es inútil tratar de continuar con este discurso que, cada día me convence más, está diseñado para enajenar y alienar a la sociedad para que dejemos a los políticos “hacer política” y nos preocupemos por ser productivos para el sistema económico al que representan.

Nos encontramos a la mitad de un concurso de gritos y reclamos por parte de todos para todos, similar a las peleas que muchos de nosotros escuchamos cuando niños entre papá y mamá, y se siente tanto así que llegamos a tener la percepción que el mundo está a punto de colapsar, que la siguiente persona en la silla presidencial puede resolverlo todo o arruinarlo todo, y no es así. Los EEUU y el mundo no va a cambiar de un día a otro, una persona no puede hacer la diferencia a menos que esa persona seas tú.

El 28 de julio tuve la oportunidad de pasar por el lugar en el que conocí a Bernie Sanders, se veía desnudo sin la multitud coreando su nombre, compartiendo pequeñas conversaciones, animándose a soñar. Más tarde tuve que obligarme a verlo dar su discurso en la Convención Nacional Demócrata respaldando a Hilary Clinton y cortando de tajo su postura contra la política establecida y me hizo llorar. Primordialmente porque esa última porción de esperanza, ese ideal que aún daba sentido a este circo político se había terminado.

Algo que he aprendido en mi corto tiempo analizando la política electoral estadounidense —y la de otros países— es que la derecha se alimenta del miedo y la izquierda de la esperanza. La derecha defiende los valores conservadores (no le gusta el cambio), a la izquierda le gusta soñar con un mundo distinto.

Sin embargo otra característica es que la derecha se organiza mucho más fácil que la izquierda y es que su objetivo fundamental es sencillo de definir: la rentabilidad, las ganancias. Qué importa si talamos un bosque, si destruimos un arrecife, si invadimos un país o los que se necesiten; mientras las ganancias del próximo periodo se mantengan estables y los inversionistas estén contentos, podemos mantenernos unidos.

Para la izquierda, queremos salud, educación, trabajo, independencia alimentaria, respeto a los marginados.

Sin embargo en esta ocasión el discurso es distinto —por un lado existe una persona, Hillary Clinton, en la que la mayoría de la gente no confía. La clase media y baja que dice representar no cree que tenga la integridad para hacerlo, y francamente es difícil defender el punto después de que Wikileaks evidenció que, incluso su elección como candidata del partido Demócrata estuvo arreglada desde el inicio. El impacto fue tal, que obligó a la presidenta del partido, Debbie Wasserman Shultz, a renunciar dos días antes de su convención nacional.

Por otro lado, Donald Trump y todo el partido Republicano a quien pudimos ver en todo su esplendor durante su convención nacional, intentan llevarse esta elección a punta de gritos y sombrerazos vaqueros, de slogans nacionalistas y una división profunda entre los “verdaderos americanos” y el resto del país. Para ellos, los EEUU es como una casa cundida de ratas —el que escribe es una de ellas— y la única solución es quemar esa casa para que las ratas huyan y puedan conservar felizmente las cenizas. No cabe duda que cuando tu única herramienta es un martillo todos tus problemas comienzan a parecer clavos.

Entonces, quemamos la casa o le damos las llaves a una persona que igual nos va a robar los muebles, ¿qué decidirían ustedes?

Lo que me causó un enorme shock, fue ver a los seguidores de Bernie Sanders atacar a Hillary Clinton con los adjetivos que los republicanos han usado en su campaña de difamación y odio. Transformaron toda esa esperanza que sentían por Bernie en rencor e insultos francamente ridículos. ¿Será que la sociedad está tan desesperada que nos han quitado hasta la dignidad de no sonar cómo el bully de secundaria que es Trump? Un análisis por parte de Michael Moore apunta a que mucha gente va a votar por Trump, no por simpatía si no por desesperanza, por la necesidad de enviar un mensaje rotundo y tajante al sistema político norteamericano: “F— you!”

Necesitamos desarrollar habilidades para poder entender al mundo y tener una conciencia crítica, aunque en este tiempo de caos parece difícil.

Este es un momento político en el que debemos conservar la calma, no dejarnos atemorizar por el discurso mediático. Si queremos que algo suceda, necesitamos reencontrarnos socialmente con humildad e intentar construir desde los cimientos. La política electoral de cualquier país sólo funciona si los ciudadanos se los permiten y es por eso que la revolución política solamente está iniciando.