Los políticos no fueron los únicos objetivos de la mafia supremacista blanca que irrumpió en el Capitolio de los EEUU el 6 de enero, en un acto sin precedentes de sublevación masiva y violenta. Los periodistas también fueron atacados.

A medida que continuamos procesando los horribles eventos que estallaron en Washington DC la semana pasada, han surgido historias de periodistas que valientemente se mantuvieron firmes y documentaron la historia mientras estaban rodeados por una horda desenmascarada (en medio de la pandemia), casi pagando el precio máximo por sus esfuerzos por traernos la verdad.

El fotógrafo de la Associated Press John Minchillo fue filmado siendo agredido por la horda. Después de ser identificada como fotógrafa del New York Times, Erin Schaff fue arrojada al suelo y su equipo destrozado, y cuando la policía acudió supuestamente en su ayuda, le apuntaron con sus armas. Según los informes, la fotoperiodista del Washington Post Amanda Andrade-Rhoades recibió amenazas de recibir disparos por tres personas diferentes. 

Cuando la violenta ola de supremacía blanca que envolvió al Capitolio comenzó a retroceder el miércoles pasado, vi un video de lo que eran esencialmente terroristas siendo escoltados cortésmente por las fuerzas del orden y vi las palabras “Asesinen a los medios” grabadas en una puerta.

Desafortunadamente, el desastre de la semana pasada fue una conclusión lógica de los últimos cuatro años, una culminación de la retórica tóxica que continuamente lanza Trump desde la Casa Blanca. 

Durante años, una de mis mayores preocupaciones ha sido la erosión gradual de la ‘alfabetización mediática’, que en pocas palabras, es la capacidad de distinguir las noticias de buena reputación producidas por periodistas calificados y capacitados, de la propaganda producida por oportunistas y provocadores que buscan sembrar duda y desconfianza. 

Estos terroristas que arribaron al Capitolio, así como las personas que asistieron al mitin de Trump momentos antes, estaban motivados por la misma teoría de la conspiración: la elección le fue ‘robada’ a Donald Trump. Teoría que fue difundida no solo por el propio presidente, sino por todo un ecosistema de personalidades de Internet de extrema derecha, blogs y cuentas de redes sociales, todos los cuales han capitalizado la integración de la supremacía blanca, predicando su evangelio de desinformación y lavado de cerebro a millones de personas en el proceso.

Poco antes de que el Capitolio fuera asaltado, varios senadores se opusieron a certificar los resultados de las elecciones de 2020. Con el pecho hinchado en desafío, los ojos brillando con una ambición política desnuda, evocaron cínicamente un proceso justo. El senador de Texas Ted Cruz fue el principal de ellos; afirmó que el 39 por ciento de los estadounidenses cree que la elección fue amañada, por lo tanto, los resultados deben ser cuestionados, mas no en aquellos estados en los que ganó Trump (mientras abordamos el tema de Verdad versus Ficción, Politifact determinó que la declaración de Cruz es mayormente falsa).

Permítanos el lujo de argumentar que incluso el 10 por ciento de los 74 millones de personas, que votaron por cuatro años más de liderazgo inepto de un ser humano vil, realmente cree que las elecciones fueron fraudulentas. Eso es 7.4 millones de personas. 

La verdad de que millones de personas en este país no pueden o no quieren distinguir la diferencia básica entre realidad y ficción es profundamente preocupante. Estas personas ahora nos ven como adversarios, adversarios que en algunos casos merecen violencia física.

Mi preocupación por la falta de alfabetización mediática a menudo ha sido desestimada: solo los ‘boomers’ y los ancianos son víctimas y vuelven a publicar ‘noticias’ de sitios de propaganda rusos, chinos, cristo-fascistas y supremacistas blancos. 

Niños, por favor. 

La gran mayoría de las personas que vi asaltando la capital eran jóvenes, blancos y enojados (Sí, también había algunas personas de color allí. Las mentes colonizadas conducen a la mentalidad colonizada de una necesidad por mantener la supremacía blanca).

Mucho antes de que se convirtiera en un eslogan de moda, el organizador de ‘Stop the Steal’ y delincuente convicto Ali Alexander había acumulado 200 mil seguidores en Twitter, antes de que finalmente fuera expulsado el 10 de enero. El youtuber y provocador, que ha pedido el asesinato de políticos y también estuvo presente en el Capitolio el miércoles, tiene sus propios seguidores devotos. Estos dos no están solos, pero ciertamente son responsables de la rabia que alimentó a la mafia el miércoles pasado. 

Mi pregunta, que espero sea respondida, es: ¿Quién financia la difusión masiva de esta desinformación, que ha adoctrinado y motivado a millones de personas a cometer voluntariamente actos de violencia contra políticos, periodistas y ahora, irónicamente, a la policía?

La alfabetización mediática es más que solo poder detectar una noticia falsa. Se trata de reconocer el vasto océano de desinformación existente. Está exponiendo por qué millones de personas están convencidas de que obtener su información de un influenciador de las redes sociales de extrema derecha es preferible a obtenerla de un medio de comunicación de buena reputación. Estos desinformadores de extrema derecha venden información falsa a sabiendas de creer que resonará en las personas desilusionadas que buscan consuelo en su sesgo de confirmación.

Creo que parte de la razón por la que la gente se ha desilusionado es que no saben cómo funciona el periodismo. En el fondo, el periodismo es civismo, incluida la comprensión de cómo funciona el gobierno. Nosotros, los periodistas, formamos el llamado ‘cuarto poder’, la cuarta rama no oficial del gobierno destinada a responsabilizar a los otros tres. Desafortunadamente, esto ya no se enseña en las escuelas, o al menos no recuerdo ningún tiempo significativo dedicado a este tema, excepto en clases específicas de periodismo.

Me enfurece cuando escucho a la gente demonizar a ‘los medios de comunicación’ y menospreciar el trabajo de los periodistas. Tengo mis propios problemas con los principales medios de comunicación, por supuesto; pero creo que sobre todo tienen que ver con la influencia corruptiva del capital y la falta de representación de comunidades que históricamente han sido ignoradas. 

He escuchado las voces que afirman que la ira que estos autoproclamados ‘patriotas’ albergan es legítima, y que deberíamos escucharlos. Tengo problemas con ello, porque solo puede suceder si este lado llega a la conclusión lógica de que la fuente de su dolor es fabricada y autoimpuesta por su disposición a creer en aquellos que intencionalmente difunden mentiras. 

Como periodista, me temo que nunca lleguemos al punto en el que la gente pueda distinguir adecuadamente la realidad de la ficción. Pero como periodistas acostumbrados a ser ‘neutrales’, es mejor que empecemos a preocuparnos por la verdad. Porque si no lo hacemos, no estaremos preparados para la violencia que seguramente se avecina.