Carlos Barón

Nos hablaron una vez, cuando niños, cuando la vida se muestra entera, que el futuro, que cuando grandes, y ahí murieron ya los momentos, sembraron así su semilla y tuvimos miedo, temblamos y en ésto se nos fue la vida.
“Los Momentos”, de Los Blops,
grupo musical chileno, 1971.

Mi bisabuela Margarita vivió con mis padres, mis tres hermanas y yo durante mi primera infancia, entre los 5 y 10 años de edad. Sus padres fueron campesinos analfabetos y ella tenía un carácter fuerte. Pasaba largas horas trabajando en el jardín. Ella andaba por los ochenta y tantos años.

También era una católica ferviente. Cada noche, pasaba por lo menos dos horas rezando a su abundante colección de imágenes religiosas sangrantes, hechas de yeso o madera. En la penumbra, creada por un par de velas, vestía pijamas de franela y ―antes de comenzar con la monotonía de sus oraciones― se soltaba su abundante cabellera, que casi descendía hasta el suelo. Luego, se sacaba su dentadura y la hundía en un vaso de agua. Los dientes flotantes, a la luz de las velas, a veces despedían una distorsionada sonrisa amarillenta.

Su cuarto estaba al lado del baño. Cada noche, mientras nosotros tomábamos turnos para el lavado de dientes, ella mantenía su puerta entreabierta, observábamos su ritual nocturno, una ceremonia que alteraba el pulso de nuestra imaginación infantil.

Corríamos de vuelta a nuestros cuartos a esperar la inevitable llegada de la bisabuela, quien insistía en que rezáramos cada noche antes de dormirnos. Primero, venía a mi cuarto y la abría, sin anunciarse. Desde el umbral, sin sus dientes, demandaba: “¡Carlitos! ¡Su rezo!”

Aprendí un rezo corto que recitaba rápidamente, ansioso de que ella se fuera al cuarto de mis hermanas lo antes posible: “Con Dios me acuesto, con Dios me levanto y la Virgen me tapa con su manto. ¡Buenas noches abuela!’. Al fin, partía a llevar su mensaje a mis hermanas y yo quedaba libre de ese rito tenebroso.

El miedo y el arrepentimiento eran dos palabras que siempre aparecen al hablar de la religión. Temor a dios y arrepentimiento como una clave para entrar al cielo. Recuerdo pensar, a esa corta edad: “¿A qué teme mi bisabuela? ¿A la muerte? ¿A lo desconocido? ¿De qué se arrepiente? ¿Qué grandes pecados la culpan?”.

Nunca hice esas preguntas. Me parecía poco apropiado hacerlas. Algunas cosas no debían menearse. Una gran barrera hacía su aparición: se llamaba fé. O la tenías, o no la tenías. Y si no la tenías (o solo sospechabas no tenerla) mejor quedarse callado.

Ilustración: Gus Reyes

Tal vez la forzada repetición de esos cortos rezos nocturnos sean la razón básica de que nunca fuera a la iglesia y que desarrollara lo que creo es una saludable actitud cuestionadora. Sin embargo, aunque sea saludable cuestionar ciertos temas, había que ser valiente para preguntar en voz alta. La religión es uno de esos temas. Fuera en forma vocal o escrita, pasaron muchas lunas ante de atreverme a hacerlo.

Años después, al estar en la secundaria, encontré otro tema: la política.

Por doce bellos años estudié en un solo sitio, desde kindergarten hasta el fin de la secundaria. En el Liceo Manuel de Salas, una escuela experimental directamente ligada a la Universidad de Chile, oí y presencié acaloradas discusiones acerca de ese tema: la política. No sólo discusiones verbales, sino también sangrientas batallas campales entre “izquierdistas, jóvenes católicos y derechistas”.

No podía comprender por qué muchachos de 12 años de edad se golpearan con entusiasmo por ese tema. Era, obviamente, un tema candente. Entonces, me transformé en un mudo, de ojos y oídos abiertos, cada vez que surgía el tema, aunque mis simpatías se inclinaran, misteriosamente, hacia el lado de ‘los izquierdistas’.

Fue en esos años cuando escuché algunas frases terribles. Entre ellas “el único comunista bueno es un comunista muerto”. Una frase que algunos decían con odio.

Y de nuevo pensé: “¿A qué le teme esta gente? ¿Por qué decir esa frase fea, cuando uno de nuestros héroes intelectuales, el poeta Pablo Neruda, fue un comunista declarado y se nos pide memorizar sus poemas? ¿Acaso había una especie de lavado de cerebro en juego? ¿Un siniestro plan comunista? ¿Qué significaba todo eso?”.

Cuando comencé, tímidamente, a hacer mis preguntas acerca de religión o de política, aprendí acerca del aparente tabú de no discutir sobre religión o política. “Nunca saques el tema de la política ni la religión en la conversación, si quieres que las cosas sigan pacíficas y agradables”.

Años después, muchos años después, he discutido esos temas una infinidad de veces. Como profesor, he promovido y provocado su discusión, pues aprendí que “las cosas sigan pacíficas y agradables” solo beneficia a los que están en control tanto de la religión como de la política… y existe una fuerte complicidad entre los que están a cargo de los temas. Mientras menos aprenda, discuta o cuestione la gente, es mejor para los que están a cargo.

El discutir de política o religión no debe restringirse: un pueblo educado es un pueblo más libre.