[su_label type=»info»]COLUMNA: EL ABOGADO DEL DIABLO[/su_label]

Los espectadores ondean banderas de Brasil, Colombia y los EEUU durante la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos en el estadio Maracaná de Río de Janeiro el domingo 21 de agosto. Courtesía de CNN.com

Cada cuatro años pareciera como si una gran parte del mundo abandonara su vida normal para dejarse cautivar por los Juegos Olímpicos. De repente, por arte de magia, la mayoría de nosotros se convierte en expertos en los deportes que, hasta antes de verlos en la televisión no teníamos idea de su existencia, o al menos tenido poco conocimiento de ellos.

Los Juegos Olímpicos parecen ser una manera segura para un atleta de convertirse en una sorpresiva celebridad mundial, tanto buenas como malas (como hemos sabido, no todos los atletas que ganan el oro se convierten en el centro de atención) o al menos una celebridad en sus respectivos países. De hecho, es un espacio increíble en tiempos de guerras, hambruna, el calentamiento global, incluso elecciones políticas de suma importancia se convierten en un papel secundario ante flechas, pelotas, raquetas, caballos, bastones, canoas y el oro, la plata y el bronce que algunos cuelgan en su cuellos.

Entre las cosas buenas, podemos ver las hazañas asombrosas que el cuerpo humano puede lograr, como el desafío a la gravedad y saltos de una Simone Biles o una Laurie Hernández, esas pequeñas gimnastas de habilidades gigantescas. El hecho de que Biles sea una joven afroamericana adoptada (su madre biológica batalló contra la adicción a las drogas) y el hecho de que Hernández, con apenas 16 años, sea de origen puertorriqueño, nacida en los EEUU, dieron riqueza a sus historias. Por supuesto, también tengo que mencionar a otra Simone, de apellido Manuel, que hizo historia al convertirse en la primera mujer afroamericana en ganar una medalla de oro en la natación, al ganar en los cien metros estilo libre. Históricamente, la natación ha sido un deporte bastante restringido.

Por supuesto, tenemos que mencionar el gran predominio de Usain Bolt, el velocista jamaiquino que ha dominado las carreras de velocidad en las últimas ediciones de los Juegos Olímpicos. Este año, su compatriota, Elaine Thompson, también ganó los 100 metros, consolidando la gloria de Jamaica como la capital mundial de velocidad, —no la [speed] desagradable droga. O la manera en que Michael Phelps, el nadador eterno de los EEUU, también ha dominado durante tantos años. Phelps perdió su última competencia, los 100 metros mariposa, ante el joven de Singapur José Schooling, quien declaró: “Yo quería ser como él [Phelps] desde niño”, a lo que respondió Phelps con clase: “Estoy contento de cómo las cosas terminaron”.

Sin embargo, yo como Latinoamericano… y ex atleta (pero esa es otra historia) tengo que centrarme en el ejemplo dado por algunos atletas latinos y cómo su perseverancia y éxito trascienden la gloria individual de sus logros. Debido a sus logros, países enteros se bañan en la felicidad burbujeante y contagiosa que parecen encontrar en sus héroes y heroínas deportivos, razones suficientes para sentir alegría y orgullo inolvidables.

Tomemos el caso de Mónica Puig, tenista de Puerto Rico, que ganó la primera medalla de oro de su país. Ella se ha convertido en una verdadera heroína nacional, para una isla que aún no ha logrado su primera independencia y aún se considera un ‘territorio de EEUU’, en lugar de ser llamado por su verdadero nombre: una colonia de los EEUU.

O la medalla de oro en el judo ganada por la brasileña Rafaela Silva, una mujer negra de Río de Janeiro originaria de las ‘favela’ de la Ciudad de Dios, un lugar mejor conocido por el abandono absoluto a sus residentes, que son en su mayoría negros.

También está el caso de la ganadora en el triple salto femenil, la afrocolombiana Caterine Ibargüen, quien fue criada por sus abuelos cuando sus padres tuvieron que salir de Colombia tras la guerra civil , que ahora —por fin— parece llegar a su fin. El hecho de que Ibargüen ahora viva en Puerto Rico y su entrenador sea un ex saltador de altura de Cuba, simplemente se suma a los aspectos positivos de esta historia.

Estos son sólo algunos ejemplos… y por favor perdóneme si este artículo no menciona el logro particular de su país. Estoy absolutamente seguro de que es merecedor de mucha atención. No debe ser sólo mención en un artículo humilde, sino de todo tipo de elogios y aplausos. Pero, tal vez, entrando en el no tan buen territorio, tenemos que aprender a movernos lejos de nuestros nacionalismos profundamente arraigados y aprender a ser feliz y celebrar cuando y donde tenga lugar una increíble historia en los juegos olímpicos, especialmente si está relacionada con Latinoamérica. De esta manera, vamos a ser más fuertes, ya que nos alejamos de las barreras odiosas que los dueños de nuestros países han inventado para mantenernos separados.

Una de las Patronas, da de comer a los migrantes que van en La Bestia. Cortesía El Universal

Mientras concluyo esta columna, voy a conectarlo con un hermoso documental mexicano que vi hace un par de semanas, llamado All of Me / Llévate amores. Mientras veía la película, de alguna manera mis pensamientos me llevaron a los juegos olímpicos, que acababan de ser inaugurados.

La película describe el ejemplo de inspiración de algunas mujeres mexicanas que viven en el pueblo de La Patrona, en el estado de Veracruz. La población está situada justo en el camino de ‘La Bestia’, un tren de carga que viaja hacia el norte con destino los EEUU. Además de su carga regular, el tren transporta a cientos de jóvenes, en su mayoría hombres, que cuelgan peligrosamente de la parte superior de los vagones y en el interior de cualquier resquicio disponible, siguiendo su sueño de una vida mejor al norte.

Las mujeres de La Patrona (en su mayoría son mujeres, aunque algunos hombres también ayudan, incluyendo un par de migrantes que cayeron, como uno que perdió un pie al caer del tren) se han organizado para ayudar a los inmigrantes que están arriesgando su vida en ese tren. A pesar de su pobreza, muestran su generosidad cocinando grandes ollas de arroz y frijoles, alimentos básicos de la mayoría de los países latinos, además de tortillas y agua que vierten en botellas de plástico desechadas que obtienen de empresas locales. Las mujeres o Patronas, colocan los alimentos en bolsas de plástico y los atan a botellas de agua. A continuación, se van al lugar donde el tren frena un poco, y entregan los paquetes preciados a los migrantes.

Al ver a esas mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, de pie o corriendo al lado de las vías, poniendo en riesgo su vida e integridad física a medida que tratan de hacer pasar su comida y agua a los migrantes necesitados, que también cuelgan peligrosamente al lado de los vagones para recibir los regalos, me hizo pensar en los Juegos Olímpicos.

Estos son el tipo de sucesos más emocionantes que podrían ser concebidos. En primer lugar, los participantes deben tener la habilidad y el valor para colgar y recibir las bolsas de forma segura. Los ‘atletas’ no son sólo de un país en particular, provienen de Guatemala, Honduras, El Salvador, México… y esas mujeres mexicanas fueron motivadas por un profundo impulso generoso, un impulso que les llevó a organizarse y a descubrir una fortaleza y visión que tal vez carecían anteriormente en sus vidas.

No puedo pensar en mejor carrera de relevos en cualquier competencia olímpica.