Las siete muralistas originales del MaestraPeace (desde el fondo a la izquierda): Yvonne Littleton, Edythe Boone, Meera Desai; (al frente, a la izquierda) Susan Cervantes, Juana Alicia, Miranda Bergman e Iene Pérez, durante una recaudación de fondos para el libro en 2018. Cortesía: Andrea Burnett

Una imagen majestuosa del espíritu revolucionario de la Misión, es el icónico mural MaestraPeace —que se encuentra en el Edificio de las Mujeres, en la calle 18 entre las calles Valencia y Guerrero— que habla en colores de liberación.

En septiembre de 2019, se publicó una antología de 224 páginas, titulada apropiadamente Maestrapeace, para preservar las historias que surgieron de esta obra de arte de casi 20 metros de alto por 58 metros de ancho.

Fue en 1994 cuando un colectivo de siete muralistas se reunió para procrear lo que más tarde se conocería como un mural con muchas “maestras de la paz”. Indudablemente, se podrían pasar horas, incluso días, sumergido en cada detalle. Desde las aguas de la vida que sostienen a Yemaya, hasta los nombres pintados en las cintas que rodean toda la pieza, no hay nada más que hacer que admirar, recordar y dejarse conmover por el mundo feminista negro e indígena de nuestros sueños colectivos.

Esta antología enmarca cada centímetro del mural. Angela Davis comienza con un perspicaz inicio, uniendo las narrativas y las contribuciones de las artistas Juana Alicia, Miranda Bergman, Edythe Boone, Susan Kelk Cervantes, Meera Desai, Yvonne Littleton e Irene Pérez.

Con una intuición cordial, Davis afirma que los murales “los cuales fueron creados para transformar el espacio público, pertenecen a todo vecindario, no solo a los propietarios de las paredes embellecidas por la pintura”. Una publicación que con pocas pero profundas palabras sobre el mural, es una escritura visual imprescindible para conocer la historia y sabiduría femeninas.

La portada de MaestraPaece. Cortesía: Andrea Burnett

El libro está dividido en tres secciones: Recorriendo el mural; Creando un mural monumental; y Expandiendo y restaurando el mural. En cada sección están consagrados los comentarios, la poesía y los recuerdos benditos que el mural produjo en cada una de las participantes. Hace un llamado a todas las artistas y tejedoras del presente y del futuro para honrar su creatividad como un medio universal de resistencia que pinta las urgencias del mundo desde una paleta de paz.

Tener esta antología en mis manos es mantener cerca la promesa de que cada historia de toda mujer será compartida. Hace que los detalles dentro de este gran mural sean más accesibles. Puedo reflexionar, por ejemplo, sobre el poder que se necesitó para retratar la mano de María Sabina. Sabina fue una curandera oaxaqueña, que continúa sanando a quienes la ven representada en este mural.

“El mural de Maestrapeace habla de este momento, cuando la resistencia de las mujeres es tan esencial para combatir y derrotar al nacionalismo blanco, la supremacía masculina, la violencia de género, el envenenamiento de nuestro planeta y la guerra sin fin”, se lee en un pasaje de este libro. Cada mujer que pintó y está plasmada en estas paredes comprende la importancia de motivar la ideología de la curación. Edythe Boone, por ejemplo, comparte que la razón por la cual su hijo es el único hombre representado en el mural: porque a la edad en que fue pintado, representaba a las generaciones futuras que habrían de sanar a sus comunidades. Mientras hojeo este libro, pienso en lo milagroso que es tener un códice pictórico vivo, dedicado a documentar la visión de siete artistas que se unieron y pintaron la vívida revolución provocada por otras artistas.

Ver el mural en persona, por supuesto, es distinto a solo ver imágenes del mismo. Pero hojeando cada página, familiarizándose con cada color en cada pulgada, detalles que de otro modo no podrían observarse de cerca, se puede atestiguar más íntimamente sobre las revoluciones que una vez representaron en voz alta en la Tierra a todas las mujeres representadas en el mural.

Esta antología se presenta como una documentación histórica del cambio social, la preservación del medio ambiente y la liberación de las mujeres del Tercer Mundo, una visión colectiva “universalmente basada en las infinitas cualidades específicas de la cultura”. Lo que une a las mujeres representadas desde Sri Lanka, Oaxaca, Canadá, y otras partes del mundo, es el hecho de que todas hablan el lenguaje de la paz.

La documentación de la creación artística es un arte en sí mismo. Detalla las historias detrás de la intención de usar ciertos patrones y colores para recordarnos que nuestras luchas y victorias están conectadas entre sí, a través de las fronteras, los océanos y el tiempo. Las historias que se cuentan en este libro son profundas. Representan una mezcla del amor y la pintura.

Sin embargo, algo que me hubiera gustado leer en este libro es la historia de cada una de las siete artistas, de lo que sintieron antes, durante y después de pintar el mural. Si hubo alguna pieza del mural con la que se conectaron más que con otra. También habría sido interesante saber cómo este mural impactó la vida y la carrera de cada una de estas artistas.

Aún así, tener un libro lleno de instantáneas de esta belleza monumental es medicina para alguien como yo. Mi primera exposición con el poder de una historia femenina impactante fue la cara de mi abuelita. Ella decía: “Píntame la cara, mija”. Armada con una paleta de sombras de ojos en una mano y un pincel en la otra, pintaría entre sus líneas gruesas formadas cada que la paz era lo que una oración le proporcionaba. Una conjuradora que se eleva tan alto como las mujeres pintadas en el Edificio de Mujeres de San Francisco, conservó cada cuento que se exhibía en la antigua sabiduría en su rostro. Ella fue mi primera maestra, que me enseñó a confiar en mi brújula de paz.

Al igual que las arrugas que descansan en el rostro de mi abuelita, Maestrapeace comparte historias que van más allá de la primera mirada. Soy Xicana, nacida en Lynwood, California. Criada en el corazón de South Central, LA, donde las paredes de las licorerías saturadas de murales y graffiti fueron el telón de fondo de los recuerdos funky, tontos e increíbles, a menos que estuvieras allí, que ampliaron mi mente a las posibilidades de la vida, el humor, y arte.

Hoy, cuando camino calle arriba, calle abajo y de lado a lado en las calles de San Francisco, veo más arte protegiéndome de las dudas en mi mente. Para mí, el arte es una afirmación. El arte es el testimonio más fuerte de lo que sucede en los giros y vueltas de cualquier barrio.

Desearía que hubiera un libro como este para cada mural que he visto.