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El chisporroteo de azúcar hirviendo y de una cuchara de madera rozando un cazo de cobre son los sonidos que se escuchan mientras Miguel Luna Quintana revuelve para honrar y preservar un arte que le fue transmitido de generaciones pasadas.

“Vine a la Misión solo para hacer calaveras y mostrar a la gente los materiales que se requieren para hacerlas”, dijo Quintana parado en la Calle 24 junto a un letrero naranja brillante en el que se lee ‘Clases gratuitas de elaboración de calaveras de azúcar’. Quintana acude a la Misión por lo menos cuatro veces al año para enseñar a la gente la historia de las calaveras de azúcar—elemento básico durante la celebración del Día de los Muertos.

Nacido y criado en Puebla, México, Quintana ha elaborado calaveritas de azúcar por más de 20 años, y utilizado los mismos moldes que le fueron heredados de cinco generaciones atrás. La familia Quintana es conocida por elaborar las calaveras de azúcar más resplandecientes y detalladas en Puebla.

Conforme la gente llega a su puesto, Quintana les muestra que el proceso de elaboración de las calaveritas es muy sencillo: “Todo lo que se necesita es azúcar y agua”, dice.

Contar con un cazo de cobre es preferible para que el agua hierva apropiadamente y también se necesita un termómetro para calcular su temperatura.

“Si dejo hervir el azúcar por mucho tiempo, se quemará”, explica.

Sin embargo, la experiencia de Quintana le permite prescindir del termómetro, pues le basta con solo calcular el hervor a la vista. Luego, entonces, prueba el azúcar poniéndolo en un contenedor plástico el cual menea. Si el azúcar se endurece, está listo para ser vertido en los moldes.

“Luego de verterla en los moldes, se debe dejar reposar por unos minutos para que tome forma”, dijo. A continuación, es tiempo de decorar las calaveras. Azúcar, yema de huevo y glaseado de colores es lo que Quintana utiliza para decorarlas, las cuales pueden ser de diferentes tamaños —desde las que caben en la palma de la mano hasta las que son del tamaño real.

El Día de los Muertos se celebra el 1 y 2 de noviembre. La creencia es que las puertas del cielo se abren en la media noche del 31 de octubre para que los espíritus de los niños (los angelitos) puedan reunirse durante un día con sus familias, al día siguiente, el 2 de noviembre, se celebra a los adultos difuntos.

Las ofrendas (altares) en honor a los muertos se instalan en los hogares de México. Las calaveras de azúcar generalmente se utilizan como un arco que es colocado sobre la ofrenda para indicar el camino hacia el cielo. Veladoras, flores de cempasúchil y montículos de fruta y pan de muerto son elementos que comúnmente forman parte de la decoración de los altares.

La ofrenda también incluye aquello a lo que el ser querido le gustaba más, ya sea licor, comida, música o cigarrillos. Para los angelitos, se les coloca pan, juguetes y veladoras.

La tradición de las calaveritas data de la época colonial, del siglo XVIII.

“Usamos las calaveritas por dos razones”, dice Quintana. “La primera es porque en México acostumbramos ofrecer un regalo que sea del agrado de nuestros muertos, sea comida o bebida. La segunda es porque las calaveras son comunes en los mercados del país. [Día de los Muertos] no solo es considerado una festividad religiosa, es parte de nuestra cultura”.

— Traducción Katie Beas