Ilustración: Gustavo Reyes

[su_label type=»info»]Columna: El Abogado Del Diablo[/su_label]

La llegada desde Broadway de la obra de teatro musical Hamilton, ha despertado mucho interés en el Area de la Bahía de San Francisco.

Es una rara ocasión el poder asistir a un espectáculo de esa magnitud, que ofrece la oportunidad de ver a excelentes artistas “de color” (¡una expresión que poco me gusta!), vestidos como los Padres de la Patria de este país, pretendiendo estar en control del destino de una sociedad con escasa democracia. ¡Y todo con un estilo hip hop! Pocas cosas parecen tan atrevidas como eso. Tal vez estoy siendo un poco irónico.

Si desea asistir al show, tendrá que gastar sus buenos pesos. Es todo parte del juego en esta sociedad. En el momento extremadamente raro en que las puertas del teatro establecido se abren, -—en esta ocasión para el innegable talento del, parte puertoriqueño Lin Manuel Miranda, y su grupo (incluyendo maravillosos artistas del Area de la Bahía)— el precio de las entradas aumenta. Sube, sube y sube, como el papalote (o volantín) de la canción. En la red, los ví entre $1,114 y $2,773 dólares, precios inalcanzables para la mayoría de los trabajadores, con mucha o escasa educación.

Si vemos la historia de Hamilton, esa alta barrera se creó desde un principio. Para las primeras presentaciones “de taller” (o pre-estreno), en agosto de 2015, ¡más de 700 personas se alinearon en Nueva York, con la esperanza de ganarse entradas en una lotería especial! Casi todos tenemos experiencia con los boletos de lotería, casi seguro una experiencia bastante negativa. Sin embargo, cumplo con avisar que, para las funciones en San Francisco también habrá una lotería. ¡Buena suerte!

Pero, ¿qué tal si les garantizo entradas para excelentes espectáculos, todo el tiempo, generalmente gratuitos? Tal vez dirán que soy un soñador, pero dejen les explico.

Como artista de teatro y recientemente jubilado profesor de Teatro y Estudios étnicos (en la SFSU), tal vez mi meta principal ha sido el desmitificar cualquier tema que enseñe o en el cual participe, sea teatro, cuentacuentos o literatura. Una de mis frases favoritas sigue siendo: “Hay que saber reconocer a la poesía, cuando la veas pasar a tu lado por la calle”.

Carlos Barón

¿Qué quiero decir con eso? Déjenme darles un ejemplo.

Hace pocas semanas caminaba cerca de la Calle 24 con mi nieta Luna, de seis añitos de edad. Estacionamos cerca de un Mierdonald’s… no es ese su nombre corporativo, claro está. Un grupo de hombres compartían ahí y nos saludaron respetuosamente.

Al salir del estacionamiento, nos encontramos con “el show”: un latino cincuentón, de modesta apariencia y de ancha sonrisa, daba de comer a una gran bandada de pichones, por lo menos treinta de ellos. Las aves hacían mucho escándalo, con su enardecidos barrullo y aleteo, compitiendo por las migajas que el hombre repartía de una bolsa.

Paré y comencé a conversar con el hombre. Luna se aferró firme a mi mano, pues ahora las aves volaban ruidosamente alrededor nuestro.

El hombre estaba feliz de compartir: “¡Sí señor! ¡Me encanta alimentar a estas amigas! Ya me conocen. He venido por más de un año, ¡todos los días!” Le pregunté si podía reconocer algunas de las aves. Para mí, se veían casi todas iguales. “¡Claro que sí!” respondió, mirando alrededor. “Por ejemplo, este pajarito… lo llamo Choco… porque es bien negrito… lo reconozco… ¡y él a mí! ¡Oh! ¡Ahí está! ¡Choco, Choco, Choco! ¡Ven acá! ¡Súbete! ¡Vamos!”. El palomo negro procedió a volar y posarse en el extendido brazo derecho del hombre, desplazando a otra ave de ese sitio, favorecido, por su proximidad, a la bolsa de migajas. “A veces, cuando vengo pa’cá, camino al lado de la estación del BART y ahí veo a Choco medio dormido… y lo despierto… para decirle que ya vengo.  Como que abre sus ojitos chiquitos ¡y después me sigue! ¿Cierto, Choco?”.

No les voy a contar lo que Choco respondió, aunque la exageración es un válido recurso de los cuentacuentos, como yo. Ustedes van a tener que preguntarle al hombre. O a Choco.

El hombre agitó las últimas porciones de su bolsa y de pronto pareció apurarse. “¡Híjole!”, masculló. “¡Se hace tarde! ¡Hay otros pájaros que me esperan, unas cuadras mas allá!”.

Cuando se fué, me volví hacia Luna, con la intención de cerrar el asunto con algún comentario tipo “y la moraleja de la historia es”… pero ya ella estaba mas interesada en mostrarme uno de los hombres que era parte de aquel grupo de “regulares” que vimos al llegar. Ellos ahí seguían, compartiendo y riendo, a unos cuantos  metros de nosotros.

“¡Que chiquito es ese hombre, Tata!”. Miré donde ella me indicaba y sí, el tipo era mínimo, una especie de hombre-gnomo. “Bueno Luna”… dije, “apuesto que él también tiene historias. ¿Le preguntamos? Todos tenemos historias y a casi todos les gusta compartirlas… si se lo piden con un interés verdadero”. Pero a Luna le bastaba con mirarlo de lejos, así es que seguimos caminando.

Es esto lo que quise compartir hoy con ustedes. Lo importante es desarrollar un sentido para reconocer la belleza, descubrir la maravillosa realidad que nos rodea. Es gratis. No hay que esperar para ganarse un boleto de lotería para un carísimo Broadway show.