Abraham Vela posa para una fotografía afuera de la Clínica Martín-Baró. Foto: Dhoryan Rizo

Abraham Vela quería ser doctor desde niño. Su padre, también de nombre Abraham Vela, obtuvo sus papeles en los ochenta y viajó de regreso a Guatemala para ver a su mamá en su cumpleaños, a quien no había visto desde que emigrara a los EEUU, a final de los setenta.

El día antes del cumpleaños, un oficial de la policía comenzó a disparar a la gente en un parque del pueblo Morazán.  El primo de Vela recibió un disparo. Como no había ambulancias ni clínicas cercanas, el papá de Abraham ofreció su vehículo para transportar heridos al hospital. En el intento, él también fue herido y murió en el camino.

“He escuchado esa historia muchas veces”, dijo Vela.  “Cada vez que estoy con mis tíos y cuando voy a Guatemala, siempre hablan de ello. Siempre. Aunque no me di cuenta hasta después, creo que eso fue lo que me llevó a querer ser médico”.

Los centroamericanos están muy familiarizados con la violencia. El trauma que inflige, nos paraliza e impide realizarnos. En raras ocasiones, quizás mientras analizamos los percances de nuestras vidas, la violencia puede servir como un antecedente, dando significado a nuestras circunstancias actuales. Aquel fue ese momento para Vela.

Abraham Vela (a la derecha) ayuda a un paciente (a la izquierda) el 15 de abril, en la Clínica Martín-Baró, donde es voluntario mientras se prepara para presentar su tercer examen que le permitiría ejercer la medicina en los EEUU. Foto: Dhoryan Rizo

“La razón por la que quería ser médico era para prevenir que cosas así pasaran. La última vez que estuve ahí, aún no había una clínica y eso que ya pasaron 20 años desde entonces”, dijo sobre su última visita a Guatemala hace tres años.

Con todos los recortes al presupuesto de la Universidad Estatal de San Francisco, Abraham estaba siendo forzado a reformular su futura carrera. Habría tenido que aplicar a programas para graduados de la universidad, lo cual significa más dinero y más obstáculos. Los latinos representan el 38 por ciento de la población en California, sin embargo, son sólo el 10.5 por ciento del total de estudiantes que se gradúan de la escuela de medicina.

Entonces Abraham escuchó sobre la Escuela Latino Americana de Medicina (ELAM) en Cuba, a través de su profesor Felix Kury. Este profesor centroamericano, era como un hada madrina radical, izquierdista que empleaba sus poderes de mentor para marcar un camino hacia la conciencia crítica. ELAM es un programa internacional ofrecido por el gobierno cubano, en el cual estudiantes internacionales pueden convertirse en doctores, completamente gratis. Lo único que se les pide a los estudiantes es que se comprometan a servir a sus comunidades cuando regresen a sus países de origen.

La Escuela Latinoamericana de Medicina en Cuba, donde Abraham Vela acudió a estudiar. Cortesía: Abraham Vela

Cuando le preguntaron si su familia tenía alguna duda de porqué quería mudarse a un país socialista, Vela dijo sonriendo: “Muchas personas pensaban que era un país militarizado con soldados por todos lados, con tanques de guerra y eso”. Después de explicarle a su familia cómo era la realidad en Cuba, lo apoyaron en su decisión. En 2010 se fue a Cuba, empacando unos cuantos cambios de ropa, una cafetera, bloqueador solar, una cantimplora, pastillas para la diarrea y repelente contra mosquitos.

“La primera semana solo fue la más difícil”, comenta. “Llegué a esta gran escuela —una escuela internacional. Había gente de todos orígenes, idiomas, y religiones, y mucha gente de estos países, sabes lo que piensan de los EEUU”. Al decir esto, me imagino la escena de una película: el autobús llega al frente de la escuela. Los estudiantes reunidos, asoman sus cabezas por las ventanas de los edificios. Abraham y los otros estudiantes estadounidenses bajan del autobús y los murmullos se escuchan. De repente, alguien grita “¡Yanqui!”

Aunque admite que fue algo intimidante, “era completamente diferente, todos eran muy amigables, la mayoría.  Y puedes decir que eres de los EEUU pero que no representas al gobierno, y ellos lo entienden, especialmente los cubanos”.

Me pregunto qué era lo que extrañaba más. Me puse a pensar que sería lo que yo extrañaría más —internet y burritos. Su respuesta: “mi familia”, me hizo sentir terrible.  El contacto con la familia estaba limitado a unos cuantos minutos por teléfono, el cual se compartía entre catorce personas. Mantenían horarios, designándoles un día y una hora -—a Vela le tocaba los jueves por la noche. “Esas llamadas eran muy valiosas para todos”, dijo.

Abraham Vela se gradúa de la Escuela Latinoamericana de Medicina en Cuba. Cortesía: Abraham Vela

Vela regresó a casa hace seis meses, después de terminar el programa de 6 años. “Esta realidad es diferente a la que teníamos en Cuba”, dijo. “Lidiar con el sistema médico aquí —destruye tus sueños, los desmorona y te hace sentir que no puedes hacer nada”.

Aunque mundialmente es reconocido como doctor, en los EEUU tiene que pasar tres exámenes para poder practicar. Mientras se prepara para tomar su tercer examen, es voluntario en la Clínica Martín Baró, una clínica gratuita que sirve a la comunidad latina en el Distrito de la Misión. Ha tenido oportunidades para ir a otros lugares, pero insiste que su misión es la misma: “La salud es un derecho”, dice.  “No sé porque nosotros [los EEUU] no lo podemos lograr. [Salud] y Educación”.

La salud como un derecho pudiera no estar tan lejos de nuestro alcance, aun cuando los Republicanos intentan cancelar el Plan de Obama. Si es aprobada, la proposición California Saludable (SB 562), garantizaría cuidados médicos para todos los californianos, algo que los cubanos han tenido desde la revolución.

Vela navega varios mundos —el Área de la Bahía, Guatemala, Cuba, pero sus ojos ven hacia adelante. Junto con sus compañeros de ELAM, espera establecer una red de clínicas que sirvan a los inmigrantes cuando vengan al norte. Me imagino que lo va a lograr y espero que su historia inspire a otros, y eso dé continuidad a nuestra herencia.