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La mañana en que se celebró la fiesta del sol en la huaca Fortaleza de Campoy en Lima, una mujer preguntó en voz alta:

 —¿Y el sol?

Cuatro días antes, el solsticio de invierno había alejado al astro rey de la tierra, acortando las horas de luz. Los Incas, que conocían lo que significaba para la naturaleza, celebraban la fiesta más fastuosa del hemisferio sur llamada Inti Raymi, quizás para pedirle al Inti, o sol en quechua, que no se aleje mucho, que retorne lo más pronto posible.

Diez siglos más tarde, el pasado 26 de junio, desde aquel templo en ruinas ubicado en la parte alta del distrito de San Juan de Lurigancho, una triste bruma opacaba la ciudad, acaso explicando vagamente que Lima se había quedado sin sol y sin dios.

Fiesta en Campoy

Ese día, el profesor Arturo Vásquez llegó a la Fortaleza de Campoy con una convicción de cacique, portando una bandera de arcoíris enrollada en un mástil y balanceando su cabellera de nailon que le caía sobre el poncho rojo. Se le ocurrió repasar el guión del Inti Raymi con sus alumnos del colegio público Daniel Alcides Carrión y fue a buscarlos. Los encontró ansiosos, en vestimentas andinas de todos los colores y de todas las épocas, esperando el inicio de la ceremonia.

A las 11 de la mañana, el sonido atronador de un pututu avisaba que el príncipe Inca Tupac Yupanqui aparecía por el oeste de la huaca. Un centenar de espectadores lo esperaba encaramado en el cerro El Chivo y lo recibieron con un silencio inquebrantable.

Este año, Abel Corrales Mendoza, un estudiante de 16 años, interpretaba el papel del Inca y lo hacía con la profundidad de un actor de método, honrando a su padre todopoderoso, acaso con la vehemencia que solo supo plasmar el Inca Garcilaso de la Vega en sus “Comentarios reales”:

“Al amanecer, salía el Inca acompañado de toda su parentela, la cual iba por su orden, conforme a la edad y dignidad de cada uno, a la plaza mayor de la ciudad…Allí esperaban a que saliese el Sol y estaban todos descalzos y con grande atención, mirando al oriente, y en asomando el Sol se ponían todos de cuclillas para adorarle, y con los brazos abiertos y las manos alzadas y puestas en derecho del rostro, dando besos al aire, le adoraban con grandísimo afecto y reconocimiento de tenerle por su Dios y padre natural…”

Según Vásquez, la versión del Inti Raymi de Campoy difiere de la del Inca mestizo, pues adaptó su guión para recrear el primer encuentro entre Incas y Ruricanchos, antiguos pobladores de Lima, acontecido en 1470 d.c.

Tras anexar pacíficamente las tierras del Curaca de Ruricancho, el joven Inca conversó brevemente con su creador, y poco después le comunicó al pueblo la buena nueva: este sería un buen año. Así lo había decidido el rey del universo.

Terminado el culto al sol, una sacerdotisa a quién Vásquez llama hermana Quilla invitó a los espectadores a que participen en el pago a la tierra. Entonces, el público bajó del cerro a la explanada para rendirle culto a la Pachamama, y con cuatro hojas de coca en mano pidieron un deseo. Al rato, llegaron los Sikuris con sus bombos y sikus de los Andes, y terminaron por enfrascar a la gente en un baile que no daba síntoma de acabar jamás, mientras otros se mantenían al margen, libando la chicha de jora, bebida sagrada de los Incas.

Nueve años han transcurrido desde que se honró al Inti por primera vez en Campoy. Anualmente, Vásquez, junto a sus alumnos y el Instituto de Cultura y Medio Ambiente (ICHMA), escenifican esta fiesta milenaria que junta la magia con la religión, los ritos serranos e inmemoriales con el ritmo pagano de Lima, y que si bien tiene como fin celebrar la vida en el mundo, acaba por reavivar la identidad de los pueblos andinos, propensa como siempre a perderse bajo el indiferente cielo capitalino.

Ceguera cultural

Entonces, el amauta Vásquez se resquebraja como el viejo muro detrás suyo, y por un momento olvida que hay personas traspasando el cerco de piedras que puso para frenar el impropio deterioro de la huaca.

—Al alcalde Burgos nunca le interesó ésto. No mueve un dedo.

—¿Por qué?—le pregunté con la respuesta en la lengua.

—Porque es el Perú, hermano, es nuestra realidad. Mira este lugar.

Y lo que dijo es una verdad tan grande como un templo inca. Trozos de barro y piedra que otrora fueron muros, yacen desarticulados y sin esperanza. Pocos muros se mantienen en pie a punta de ingenio prehispánico: son gruesas paredes que soportan a otras más altas en caso de sismos; como si el ayni, el sistema de reciprocidad comunitaria incaico, también fuera ley de los objetos inertes.

“La gente no ve lo que tiene cerca como un potencial, un recurso tan valioso que puede ser educativo y turístico, que le puede dar un desarrollo a nuestra comunidad que está sumergida en drogas y en pandillas”, aclara Vásquez con dolor. “Darle la espalda a todo solamente pasa en nuestro Perú”.

En 1998, la huaca fue invadida ilegalmente por una asociación de vivienda, y en 2014, cerca a 200 familias fueron desalojadas por orden de la ex alcaldesa de Lima Susana Villarán. En ese entonces, el Ministerio de Cultura reveló que en Lima había 70 sitios arqueológicos invadidos.

«Encontramos el lugar hecho un basural, lleno de heces, porquería, preservativos”, cuenta Gabriel Omar Leandro Bustamante, director de danza e integrante de Kusi Sonqo, un grupo de estudiantes del colegio Daniel Alcides Carrión al cuidado de la huaca.

«En la plaza encontramos una cancha de futbol”, lamentó Bustamante. “Usaban un muro como arco”.

Una falla técnica alejó a Vásquez de su garita invisible y su ausencia reveló el muro bombardeado por pelotazos; al fondo apareció otro muro pintarrajeado con un mensaje demasiado contemporáneo como para ser indescifrable.

Antes de partir, Vásquez le entregó un chicote de pajilla a un alumno.

“Hijo, toma. Métele chicotazo a todos los que están pasando por ahí. Tu mismo eres, caporal”.

La última batalla

Para el acto final, se preparó una danza de carnaval llamada Pukllay Qarmenjas con la que se agradece al Creador por el retorno de las lluvias, el brote de las plantas, la cópula animal y los idilios juveniles, amén de acto redentor para los indisciplinados.

Desde los medios de la plaza, Bustamante exhortó en Quechua a que sus compañeros regresen chicote en mano. En la pierna desnuda de uno restalló el primer azote.

“Mediante chicotazos se asume un compromiso, la rectitud del trabajo en tu comunidad y en tu sociedad”, cuenta Vásquez.

En instantes, la plaza terminó convertida en un pogo de chicotazos que levantó polvo y feromonas ante la mirada de un grupo de alegres bailarinas.

“El varón más resistente tiene la dicha de estar con la más bella pueblerina,” agregó Bustamante con una sonrisa en el rostro.

Fue una batalla campal en donde lo único que se disputaba era el amor.

Una vieja esfera

Bustamante y yo fuimos los últimos en dejar la huaca Fortaleza de Campoy. Me di cuenta que a pesar de los rezos, cantos y ofrendas dedicadas al Inti, la ceremonia había discurrido bajo un cielo turbio. Mientras nos alejábamos pensé que de haberse celebrado allí el Intiraymi siglos atrás, algún sacerdote o deudo se habría preguntado, entre muros y lamentos, que había hecho su estirpe para que el Inti la condenase marchándose tan lejos.

Entonces, el cielo de Lima se despejó y se abrió paso una vieja esfera que los Incas llamaron dios.