Después de veinte crueles e inútiles años, el Tío Sam empacó sus armas y sus dólares en Afganistán y —nuevamente— abandonó a quienes había prometido iluminar con un sistema que ni él mismo sabe defender o garantizar en su casa.

Rápidamente, los ‘Salvadores’ recogieron sus poco santas vestiduras, las que fueron también rápidamente reemplazadas por túnicas, banderas y armas de los barbudos guerreros talibanes. Sam y sus tropas corrieron al aeropuerto, mientras que los triunfantes talibanes ocuparon Kabul. Descalzos, o vistiendo sandalias y turbantes, el Talibán ocupó las salas del poder en Afganistán.

En nombre de la ‘democracia’ —ese útil y manoseado subterfugio histórico— miles de vidas y trillones de dólares fueron desperdiciados en Afganistán. 

Los claros perdedores: la gente de ese país y —en menor medida— el crédulo o impotente pueblo de los EEUU. Tal vez una mayoría rechazaba la guerra, pero no pudo (o no quiso) hacer nada para detenerla. Los claros ganadores: los mercaderes que construyen y venden armas. ¿Acaso hay dudas al respecto?

Hoy, las primeras páginas de los periódicos del mundo muestran imágenes evocadoras de fotos e historias que marcaron el fin de la Guerra en Viet Nam. Gente desesperada abandonando su país por haber tomado el lado de los ‘liberadores’ (o ‘invasores’) norteamericanos. Imágenes que mostraban la derrota de un sistema que hoy insiste en creer y amar el olor de su propia propaganda, aunque un fuerte hedor emane de lo que es una gran derrota.

Predeciblemente, en los EEUU explotó una repentina simpatía por el pueblo afgano. Especialmente por las mujeres de ese país. Así, al leer las noticias y ver las fotos y memes en todos los medios, incluyendo los medios sociales, pareciera que la razón de esa larga y cruel guerra ha sido la defensa de la mujer afgani. No fue ni el petróleo, ni la persecución y asesinato de Osama bin Laden (acusado del ataque a las Torres Gemelas en 2001), ni la necesidad de la constante presencia de los EEUU  en cualquier región del mundo que estime útil para “proteger nuestra forma de vida”.

Afganistán fue una mal concebida continuación de una aventura que comenzó en Iraq en 2003. Entonces, el ex-Secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, emitió en las Naciones Unidas un discurso lleno de falsedades. Aunque muchos en su gobierno le dijeran que sus ‘puntos claves’ eran engañosos o falsos, Powell construyó la acusación estadounidense de que Iraq poseía armas de destrucción masiva. Falsedad que fue el principal argumento para la invasión que inició el siguiente mes.

Captura de pantalla de un video donde se observa a afganos corriendo junto a un avión de transporte C-17 de la Fuerza Aérea de los EEUU en Kabul, Afganistán, el 16 de agosto de 2021. Algunos intentaron subir al avión durante el despegue, para caer y morir en el acto.

Hoy, muchos años después, esas crueles guerras sin razón parecen haber terminado. Mucha gente en los EEUU expresa enojo y arrepentimiento. Pero es muy poco y muy tarde. El tiempo para protestar y preocuparse fue hace 20 años, cuando los líderes de este país preparaban su ataque.

Además, esa preocupación pública no ha de durar. No es el ‘estilo americano’.

Sucesos como Kabul u otro terremoto en Haití, (después del asesinato del presidente haitiano, con aparente complicidad de ‘soldados arrendados’ de Colombia y de los EEUU), o la ‘preocupación’ del presidente Biden por el pueblo cubano (sin mencionar el Embargo que los EEUU mantiene contra Cuba por más de 60 años), pueden estar sucediendo en una remota galaxia. Son cometas que atraviesan el oscuro cielo de las noticias de hoy. Para luego desaparecer.

Igual, la repentina urgencia por las mujeres de Afganistán, o por la niñez Iraquí, o por los afectados por terremotos políticos o terrenales en Haití, serán pronto abandonadas. Cualquier asunto que pase fuera de las fronteras de los EEUU es secundario a lo que sucede en el interior.

Si la gente que vive en los EEUU es mantenida en una muy relativa comodidad, ‘los eventos extranjeros’ no importarán mucho. Así, el gobierno estadounidense seguirá haciendo lo que desee y —seguramente— sin interferencia de su población.

¿Cómo podría intervenir la gente? En asuntos de política exterior, parece que las lenguas y las manos del pueblo estadounidense están atadas. ¿Por qué? ¿Será porque también sus manos están atadas internamente? ¿Acaso cada intento de cambiar el curso de sus destinos no es coartado o boicoteado por los Republicanos, o por el ala conservadora (y controladora) de los Demócratas?

La restricción de voto a los nuevos inmigrantes o a los negros, o los obstáculos que ambos partidos politicos ponen a la participación de la juventud, son una triste realidad. ¿Es esa la democracia que los EEUU intentan exportar? 

Oportunidades desperdiciadas. Un viejo tema histórico para este país. No me refiero a un malgasto de posibles triunfos armados, sino al desperdicio de las muchas oportunidades que este país ha tenido para promover la paz mundial y hacer un alto a los horrores de las guerras inventadas.

¿Por qué le cuesta tanto a este país tener el básico respeto para permitir que otros pueblos decidan por sí mismos el tipo de gobierno que deseen?

Insisto: si en la propia casa el proceso democrático se impide, los errores se repetirán. Con una muy relativa comodidad interna, el mutismo se someterá ante el motín. La preocupación por la política exterior seguirá siendo breve y mínima.

Mientras tanto, pensando en recientes sucesos, me despido con un “¡Adiós Tío Sam! ¡Ya no vuelvas más! ¡No más! ¡No más!”.